Hoy empieza todo
Entre los míticos visibles del arte hay uno invisible: Antonio G. Celada. Ayer se jubiló. Y hoy, para él, empieza todo. Aunque más que eso, continúa, porque a sus 65 años que no aparenta mantiene la curiosidad en marcha. La cultura y un huerto son su de A a la Z. Ha montado miles de exposiciones.
No diga Madrid, ni siquiera León, diga Astorga para ubicar el kilómetro cero sentimental y de todos los días en la vida de Antonio G. Celada. Ayer se jubiló. Y, por un momento, se puede pensar que las exposiciones de la Diputación de León no tienen quien las vista si se va el que hace milagros en el Instituto Leonés de Cultura de la capital o de los centros de la provincia, por ejemplo. El tiempo pasará y llegará alguien. Pero la huella de Celada, al que llaman Toño, lleva ya a la pregunta de cómo puede ser que, en un sitio como León, en un mundo como la cultura, el arte y los artistas, montando sus exposiciones, durante 35 años, todo el mundo hable bien de él... «Igual puede ser porque yo pienso que por encima de todo está la dignidad y el trabajo de los demás», sentencia en el minuto 1 de este partido de despedida.
Ayer, en su último día, está trabajando y hay que saber que se trata de él, porque su aspecto joven no le identifica. Confiesa que había calculado este momento hace un año o año y medio. Aún así, aunque la temperatura leonesa sea fría, todo el mundo tiene su corazón y confiesa: «Hombre, ¿qué siento? Te llegan recuerdos...», dice.
Recuerdos, en lo que a este trabajo se refiere en la institución provincial, que son los de Pallarés y ese desnivel que nadie vimos de su sala en la que para colocar los cuadros de un lado había que pensar en los del otro. O el de conocer al grandísimo Eugenio Granell, el rey del surrealismo coruñés, y que le permite enlazar con el elogio general a los artistas. También de León: Daniel Verbis, Concha Casado, Esteban Tranche...
Ayer, a las 13.00 horas, se inventaron los del Instituto Leonés de Cultura que una de las fotografías de Cecilia Orueta, en ese The End que lo fue de la mina pero que supone ahora el comienzo de lo mejor de la vida de Celada, se caía, o algo así. Y sus compañeros le homenajearon con todas las carencias de estos tiempos, la de los abrazos, la de la falta de cercanía y todas las de la ley.
Entre los años 1975 y 1979 estudió en Madrid en la Escuela de Artes Aplicadas y Diseño . Vivió así la euforia del fin de la Dictadura. «Y me lo pasé muy bien, pero yo quería volver a León, porque echaba de menos la comunicación», asegura. Y resulta así que estamos ante alguien a quien le gusta tener bien asentadas sus raíces y su vida cotidiana. Pero hace recuento y trabajó en el Rastro de Madrid, de camarero, friendo patatas ya en León para Santa Ana, y más.
Es decir que he aquí alguien al que siempre hay que asociar con el trabajo. Es más, considera que la bohemia asociada a lo cultural y lo artístico está muy bien, «pero se nota el artista que se ha dedicado a su obra y el que no. Por eso hay algunos que con menos nombre, tienen una trayectoria que es igual de importante que la de los que consideramos famosos».
Él ha tratado con todos. Y todos hablan bien de él. Añade una fórmula: «Muy pocas veces me ha pasado que algún artista se empeñe en algo que no se puede hacer. Entonces, le digo: tú mismo, haz lo quieras». El resultado ha sido histórico: 35 años de éxito en un trabajo que solo se ve cuando sale mal. La discreción, por eso, ha sido su arma amable. No sueña con cuadros torcidos.