OPINIÓN Enrique Curiel
Televisión y democracia
Nuestras televisiones públicas y privadas, su influencia en la forma de «ser» y en la forma de «pensar» de todos nosotros, se han convertido en uno de los grandes fracasos de nuestra joven democracia. La sociedad española está demostrando una sólida estructura interna de valores que le permite discernir, sobreponerse y sobrevivir al ambiente de empobrecimiento de nuestro principal mecanismo de integración y socialización. Durante horas y horas, arrasan las propuestas de voyeurismo, en las que la curiosidad morbosa por la vida íntima o la actividad social de otros ciudadanos se convierte en una forma de creación de códigos de comportamiento, de definición de lo «moderno» y de cultura colectiva. Si la cultura, en una de sus múltiples acepciones, se puede definir cómo la comprensión crítica del mundo que nos rodea y en el que vivimos, nuestras propuestas televisivas optan, con escasas excepciones, por el conformismo, la atrofia cultural que no requiere esfuerzo y la exaltación de valores conservadores. Hasta épocas muy recientes todos nuestros manuales de introducción a la sociología dejaban establecido que los dos grandes instrumentos de socialización del niño eran la familia y la escuela. Al mismo tiempo, la prensa escrita, la radio y el cine, constituían, hasta bien entrado el siglo pasado, la base del sistema de comunicación de masas moderno. En las sociedades desarrolladas y abiertas, tales instrumentos servían para la comunicación colectiva, la creación y transmisión de valores sociales, hábitos, ideas, pautas de comportamiento, creencias rituales y religiosas, sistema de relaciones individuales y colectivos, que conforman lo que podemos identificar a través del término «cultura». Incluso la democracia la comprendemos hoy como el régimen de opinión pública libre no sólo referida a los asuntos políticos. Pero la televisión lo ha revolucionado todo. Como afirma Giovanni Sartori, «con la televisión nos aventuramos en una novedad radicalmente nueva. Hasta hoy día, el mundo, los acontecimientos del mundo, se nos relataban por escrito; actualmente se nos muestran... si esto es verdad, podemos deducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis, que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo instrumento de comunicación; es también, a la vez, un medium que genera un nuevo tipo de ser humano». Aparece el vídeo-niño que sustituye los antiguos juegos que le proporcionaban distracción, integración e ingenio, por la recepción del simbolismo de la imagen de forma pasiva. ¿Y los adultos?. Atados al sofá consumimos lo que otros deciden y no sabemos ni quienes son, ni porque deciden eso y no otra cosa, ni ante quienes responden.