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Publicado por
León

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Cuenta el biógrafo de Puccini, Mosco Canner, que en cierta ciudad italiana se representaba Tosca y a una de las funciones asistió el compositor. En el segundo acto la señora que estaba sentada junto al maestro le preguntó: «Oiga, ¿conoce usted esta ópera?» A lo que Puccini respondió: «Parece que me quiere sonar». La señora intrigada insistió: «¿Pero no es Tosca de Puccini?»; el compositor se volvió sonriente hacia ella y le dijo: «¡Es realmente lo que usted quiera!». La que el martes pasado vimos y escuchamos en el Emperador a cargo de la Compañía de la Ópera de Bulgaria y patrocinada por la Cope sí reflejó por aproximación lo que es el personaje de la Tosca de Puccini: exquisita línea de canto, buena dicción y mejor recreación del personaje. Su Visi d''arte, expresado con sentimiento, dulzura e intencionalidad fue lo mejor de la noche. El resto de los intérpretes, incluida la orquesta, bien pudieron haberse tomado unas largas vacaciones o seguir perpetrando ese Trovatore, de Verdi, que, según las noticias que nos llegan de críticos especializados y no mediatizados «están fusilando» por distintas ciudades españolas. Pero volvamos a nuestra Tosca, que llenó el teatro Emperador hasta la bandera y fue aplaudida al final hasta la extenuación por un público variopinto que supo premiar con efusión y castigar con el silencio algunas de las arias más conocidas de la ópera, como ese irreconocible Adiós a la vida (e lucevan le stelle) que el tenor cantó al comienzo del tercer acto. Un tenor que hizo concebir algunas esperanzas en el primero, con el Recóndita armonía, pero que según fue avanzando la obra se vino abajo de forma ostentosa. Los dos gallos de corral que soltó en la infame aria mencionada, la apertura desmesurada de las vocales, el tosco empleo de la voz en las zonas de paso, la pésima utilización de los reguladores en todas sus intervenciones, fueron determinantes para arruinar una producción que, a pesar de contar con unos decorados pobres pero funcionales, un vestuario aceptable y una puesta en escena deplorable (¿a quién se le ocurre colocar a cuatro fusileros de espaldas a la sala tapando la muerte del protagonista?), aún funcionó con cierta credibilidad. El barón Scarpia, de porte noble y canto innoble no salvó tampoco la función, debido a que su voz engolada y corta, sin brillo alguno, con fuerte tendencia a calar, dicción oscura y poco matizada y ausencia completa del sentido del parlato tan necesario para dar carnosidad a su personaje, yugularon todo intento de redimir a ese ser truculento y malvado que pintó Puccini. El coro hizo del Te Deum una oración desafinada y lánguida, mientras la orquesta dejó patente su excelente cuerda y su pésimo metal, fuertemente desajustado como las rompedoras campanas. Una Tosca para olvidar.

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