Eladio Isla Bolaño (1916-2002). In memoriam
El pasado día 10 de septiembre murió, discreto y desapercibidamente para nosotros, el que durante más tiempo, un cuarto de siglo largo (1958-1984), fuera director del Museo provincial de León, don Eladio Isla Bolaño. No le conocíamos demasiado, pues era hombre de pocas palabras y mucha dedicación, pero querríamos desde aquí, en mi nombre y el de la plantilla del Museo, siquiera paliar un injustificable olvido, subrayar algunos de los innumerables trabajos que el paso del tiempo y las circunstancias quisieron ensombrecer, habida cuenta de la época cruel en que le tocó guiar los destinos de un museo casi siempre «maldito», en el período más crítico de su historia. No hablaremos, pues, de sus múltiples dedicaciones como profesor de latín o de alemán en centros de enseñanza leoneses. Ni de sus investigaciones científicas en el terreno de la arqueología provincial, especialmente en el afamado yacimiento de Lancia, desde 1971, todas ellas también ignoradas, por causa de una ínfima publicación de los resultados, que aún hoy sorprenden cuando gran parte de sus trabajos vienen a confirmarse en los actuales o incluso se tienen por novedades las que hace ya más de treinta años eran descritas con precisión por su pluma en manuscritos y documentos llenos de enmiendas y notas al margen, auténticos palimpsestos que nunca vieron la luz en esta tierra poco proclive a reconocer a quienes en y por ella bregaron. Dirigir el Museo de León en los años 60 y 70, era tarea heroica, en lo emocional pero también en lo físico. Con una irrisoria plantilla que en el mejor de los casos era de tres personas (el director, un conserje y una limpiadora a media jornada) y una aplicación presupuestaria que ni permitía luchar contra la erosión del tiempo, el museo se mantenía precariamente abierto al público en San Marcos. Un joven orensano como don Eladio debió llegar a él con el ánimo de arreglar sus endémicos problemas, pues así lo revelan sus sufridas operaciones de reubicación y mejora de las salas de exposición que permitieron una puesta al día por vez primera en décadas, acaso desde su apertura al público allá por 1869. Pero pocos años después, hacia 1963, hubo de asistir al momento más dramático, sin duda, de la historia del centro museístico leonés. La construcción del Hostal y Parador de lujo en el mismo edificio del Museo no sólo redujo su espacio drásticamente, arrebatándole la entrada principal (que desde entonces se hace a través de la iglesia) y gran parte de sus estancias (la sala del artesonado, despachos y almacenes...) e hipotecando posibles ampliaciones futuras, sino que durante las obras se produjeron episodios infames producto de la escasa consideración hacia el Museo en su vieja sede: cierre y desmantelamiento de la instalación pública efectuada por el director, pérdidas de lápidas que fueron vertidas a la cimentación («no eran más que piedras», decían) o situaciones de demérito de sus ricas colecciones, denunciadas una y otra vez por su director en escritos que se perdían en limbos administrativos. Mucha debió ser la desazón y el desengaño provocado por esas circunstancias. Y más cuando las siguientes décadas hubo de pasarlas atrincherado en una sala del Museo (la sacristía o sala III) sin calefacción ni apenas luz, para cuyo invierno de más de cinco meses don Eladio mandaba calentar un ladrillo romano que daba alivio a sus pies, envuelto el resto en una manta mientras escribía agudas fichas catalográficas, restauraba multitud de piezas sin medios o escribía memorias de ese desamparo en lo que compone un fresco en negro, tan silenciado en la historia de nuestros museos como inéditos permanecen sus trabajos, pioneros cuando no decisivos, en esos años terribles. Fue entonces, desde 1965, cuando tomó cuerpo definitivamente la posibilidad de trasladar el Museo a una nueva sede, imposibilitado como estaba el crecimiento del Museo en el exconvento santiaguista. Desde entonces, hace casi cuarenta años, el Museo busca su sitio en un León que ha vivido de espaldas a estos problemas de su Patrimonio más notable. Hace tiempo, algún colega que lo conoció en activo al final de su carrera me comentaba con cierta retranca que durante una reunión en el entonces Ministerio de Cultura, don Eladio había permanecido casi mudo y que a la pregunta sobre las carencias del Museo leonés respondía con un sumarísimo: «Está bien como está» que sorprendía a quienes conocían el paño. Lo que parecía una dejación de funciones debe inscribirse en este panorama vital, el de un hombre enfrentado a una tarea ingrata, apartado, que a fuerza de no ser escuchado no quería hablar más. Cuando hace ya más de doce años llegué a mi puesto en la dirección del Museo, don Eladio (nunca dejé de apearle el tratamiento) me espetó con sorna: "¿vendrás para un ratito y luego a buscar una plaza mejor, no?". El tiempo pasaba y sus siguientes visitas, inesperadas pero siempre gratas, fueron cambiando el tono por una reconvención amistosa: "Convéncete Grau (así me llamaba), esto no tiene arreglo. Márchate cuando tengas oportunidad". Ahora que ya vislumbramos el final de un túnel demasiado largo con la adquisición de la nueva sede (Pallarés) y el plan de instalación en ella, con la apertura de un nuevo Museo de León prevista para dentro de un año y medio más o menos, nos entristece saber que don Eladio no podrá acudir al inicio de esa nueva etapa en la que él creía, sin duda, aunque se negara a darle crédito. Aspirábamos a que don Eladio hubiera sido protagonista en la inauguración de esa nueva sede. En ocasiones llegamos a bromear juntos sobre esa posibilidad y él me decía que al menos yo era aún joven y a lo mejor se conseguía antes de jubilarme. La vida le ha traído el retiro definitivo antes de un acontecimiento que aún no tiene fecha y que le habría llenado de gozo. Cuando sea, será obra suya más que de cuantos allí podamos estar. Descanse en paz, querido colega. Sit tibi terra levis. Luis Grau Director del Museo de León