Diario de León

Fallece Enrique Fernández «Kike», jugador olímpico de ajedrez y maestro del teatro en León

La muerte de una leyenda

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - LEÓN.
León

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«¡Ni se te ocurra tocar esa pieza, maleta!. ¿No ves que te dan mate en dos?». Aún resuenan en mis oídos las chillonas palabras de Kike, cuando, con gesto malhumorado, y moviendo el medallón de las llaves, lo dejaba caer con fuerza sobre el tablero para impedir que mi inexperta mano realizara un movimiento que le costara la partida. O cuando en uno de esos larguísimos finales de juego por correspondencia, que duraban más de un año, el fino olfato analítico de Enrique sabía que aquella posición estaba ganada, aunque para ello tuviera que pasarse sobre el tablero una semana entera para desesperación de su familia y alborozo de la selección olímpica española, que veía así cómo el primer punto conseguido en la Olimpiada del 56 lo arrancaba Kike, sin darse importancia, ¡contra Rusia nada menos!. O aquella lluviosa tarde de marzo en los bajos de la Diputación, cuando casi sin mirar el tablero ganó al campeón belga Alberic OïKelly en uno de los encuentros más importantes del match España-Bélgica, porque tenía prisa por ir a ver a la Cultural. Muchas horas de juego, muchos encuentros disputados, muchas enseñanzas recibidas y muchas crónicas dictadas para sus páginas del Proa, en aquella locura informativa de los domingos; porque Kike era todo en el deporte escrito leonés. Su frágil figura se escondía bajo muchos seudónimos: Modestio, cuando escribía de los modestos en fútbol; Kifer, en el boxeo; Banderín de corner, en el fútbol profesional; Enroque corto, en el ajedrez; y Kike y Enrique Fernández Díez, cuando firmaba los artículos de teatro o las colaboraciones y trabajos literarios para las revistas especializadas. Su polifacetismo lo abarcaba casi todo, pues lo mismo lo encontramos fundando con Pérez Herrero la cofradía del Genarín, que dando clases de dirección teatral, de expresión corporal, jugando al ajedrez por España, desempeñando durante más de 20 años la secreatría de la Federación Leonesa de Ajedrez, o creando aquí y allá grupos de teatro como Grutélipo, que tanto predicamento y prestigio alcanzó en el León de los años sesenta y setenta. Cuando no, escribiendo en su vieja Underwood aquellas obras de teatro incendiarias, que bajo el brazo yo mismo llevé a Salamanca para el certamen de teatro del SEU que a poco le cuesta ir a la cárcel y a mí una enorme paliza de los grises. No me resisto a contar una anécdota de este periódico con el que tanta relación tuvo. Fue en la antigua sede del Diario de León en Lucas de Tuy. Cierto día una de las máquinas se estropeó para desesperación de toda la plantilla y hubo que llamar a un técnico que era ruso. Nadie le entendía, hasta que llegó Kike a llevar una de sus crónicas y Marceliano, que entonces estaba en talleres, le dijo: «Aquí estoy pasando las de Caín». Kike sonrió y le espetó: «Mándamelo para acá». Y Kike rompió a hablar en ruso. Ni que decir tiene que la máquina se arregló. A él lo que ahora le hubiera gustado es que no habláramos de muertes ni resurrecciones, sino de esos versos que tantas veces leímos preparando Hamlet y que, solía decir, eran el mejor epitafio: «Se ha roto un noble corazón. Feliz noche eterna dulce príncipe, que coros de ángeles arrullen tu sueño»...

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