El último grito de Cristóbal Halffter
Si la humanidad pegara un grito de vez en cuando nos iría mejor», decía hace poco más de un año Cristóbal Halffter cuando le contaba a este periódico, al otro lado del teléfono y confinado tras los muros de su castillo en Villafranca del Bierzo para protegerse de la pandemia, que tenía una nueva composición a la que daba forma en su cabeza. Una obra para orquesta, contaba, inspirada en el famoso cuadro El grito de Edvar Munch, el pintor noruego de la ansiedad.
En un momento en que la incertidumbre dominaba la mente de todos —‘tan solo’ llevábamos tres semanas encerrados en casa para esquivar al coronavirus— viudo a sus 90 años y después de superar un ictus, el autor de la cantata Yes, Speak Out ; una pieza sobre los Derechos Humanos que no había sentado nada bien en la España de Franco y con la que las Naciones Unidas habían celebrado en 1968 su vigésimo aniversario; el compositor que se había fijado en el discurso del primer objetor de conciencia de este país ante un consejo de guerra para escribir en 1972 una composición sobre la alegría y la esperanza; el hombre que había dedicado una elegía a un poeta asesinado (Lorca), a otro muerto en el exilio (Machado) y a otro fallecido en prisión (Miguel Hernández); el artista que había vuelto los ojos al Quijote para estrenar su primera ópera a los 70 años y sabía que los molinos de viento de nuestra época son «el sistema, el imperio y la multinacionales»; el músico de vanguardia que había recurrido a la Novela de Ajedrez de Stefan Zweig para poner sobre el pentagrama una metáfora contra los totalitarismos, renunciaba a despedirse de la composición con un réquiem , como había anunciado, y empezaba a trazar los esquemas de una obra orquestal con la que quería animar a la humanidad a ponerse de acuerdo.
Y no parecía un grito de angustia la imagen de la que hablaba, a pesar de sus referencias al cuadro de Munch, sino «un grito que despeja», decía antes de asomarse a una de las ventanas del castillo para dejarse fotografiar, vestido con un jersey rojo que contrastaba con la penumbra de la habitación que tenía a su espalda. Un año antes de morir, Cristóbal Hallftter, que mientras España se desangraba había conocido durante tres años en Baviera el rigor de la educación nazi, seguía siendo el humanista, «el gran caballero del pensamiento contemporáneo» —como lo definió Iñaki Gabilondo en el documental de Asier Reino que TVE emitió en su programa Imprescindibles — que no había perdido la fe en la condición humana. De la pandemia, pensaba, saldríamos mejores personas. «Soy de los que piensan que no hay personas malas. Lo que hay son personas equivocadas que tratan de imponerse y eso es lo que nos parece maldad», me dijo. Y ese fue, aún no podíamos saberlo, el último grito de Cristóbal Halffter.