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El héroe de la reconquista

«La historia de Don Pelayo no fue un mito»

A sus 96 años Eutimio Martino está dispuesto a dar batalla. Este jesuita, escritor y exprofesor de la Universidad Pontificia de Comillas acaba de publicar ‘La rebelión de Pelayo’, harto de escuchar a historiadores como José Luis Corral que el héroe de la reconquista es un mito o que «no existió», como sostiene Kamen.

Estatua de Don Pelayo que corona el arco de Puerta Castillo. SECUNDINO PÉREZ

León

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El leonés Eutimio Martino ha escrito un libro para desmentir el de Henry Kamen, La invención de España, donde el historiador británico afincado en España sostiene que «es imposible demostrar documentalmente la existencia de don Pelayo».

«Estoy quemado», confiesa Martino. «Decir que casi toda la historia de Pelayo es un mito» —se refiere a la tesis de José Luis Corral de que la batalla de Covadonga es un invento de Alfonso III—, en su opinión, «demuestra un desconocimiento total de la historia de España que me subleva». Y recuerda las palabras de Unamuno: «¡Hay que reescribir la historia!», asqueado ante la ligereza y frivolidad con la que historiadores, críticos, estudiosos e investigadores lanzan sus opiniones sobre un determinado acontecimiento acaecido, un escrito, o un suceso para convertirlo de inmediato en sentencia irrefutable, que a su vez es repetida, copiada y sacralizadas ad nausean por otros hasta adquirir categoría de axioma, entrando a formar parte del acervo cultural sin el menor escrúpulo.

Por eso y porque nació en Vierdes (Oseja de Sajambre), donde transcurren algunas refriegas del héroe de la reconquista, Martino se ha decidido a publicar La rebelión de Pelayo. El libro sostiene que el rey nació en el pueblo que le da nombre (San Pelayo), en Liébana. Aclara, en primer lugar, que el reino astur se confunde con la moderna Asturias. Martino, autor del celebrado Roma contra cántabros y astures, presume de que no ha escrito una línea sobre un terreno que no haya pisado. Se ha pateado de cabo a rabo los Picos de Europa y sus estribaciones, que constituyen una grandiosa fortaleza natural «cual no hubieran podido los hombres idearla, puestos a imaginar un baluarte inexpugnable», como admite el mismo Sánchez Albornoz.

El jesuita leonés se atiene a la Crónica de Alfonso III, en su versión Rotense, la que aporta el episodio de Pelayo en ‘Brece’; también el relato de Ambrosio de Morales; y, sobre todo, el conocimiento del terreno, ya que Martino es un experto en toponimia. El trabajo de campo lo completa con las tradiciones orales. «Pelayo probablemente era un jefecillo local que dominaba una zona rural. Un hombre principal que tendría sus vasallos, que estaban obligados a prestarle apoyo en los empeños militares».

Los árabes, en el siglo VIII, habían puesto prefectos en todas las provincias, que rindieron tributo al rey invasor, con lo que se afirmó Córdoba como nueva capital. El prefecto en esta región de los «asturienses», en la ciudad de León, era Munuza, quien envió a Pelayo a Córdoba con engaños para tomar en matrimonio a su hermana. Pelayo es hecho rehén, pero logra escapar. A su regreso, se retira con su hermana hacia el Norte. La reacción árabe es enviar un destacamento a Brez —al borde los Picos de Europa—, donde se ha refugiado el rebelde.

Explica Martino que los árabes no le dan alcance porque llevaban muchas jornadas de marcha y la de Brez es una subida empinada de 300 metros. Estos hechos tienen lugar en el año 714, cuatro antes de la célebre batalla de Covadonga. «Ambrosio de Morales, un intelectual al que Felipe encarga en 1572 que realice un viaje de estudio por los reinos de León, Galicia y Asturias, al recorrer Covadonga escribe: ‘Recordando que aquí los cántabros se habían opuesto a los romanos, los de Pelayo se animaron a rebelarse contra los árabes’».

Martino ha recogido leyendas sobre Pelayo en la Cruz de Priena, que está sobre Covadonga, o en los montes de Cabia, «que fueron despoblados por la corta de troncos ante el invasor poderoso».

Según el historiador leonés, muchos de los escenarios de las guerras cántabras contra los romanos se repetirán en las escaramuzas contra los árabes. Martino asegura que en Covadonga no se libró una batalla descomunal ni fue solo una escaramuza, como sostienen los hipercríticos. Según él, «fue una emboscada tremendamente productiva». Habla de 2.000 árabes que avanzan en una columna de a tres. En la Riega de la Gusana sitúa la emboscada. «Pelayo no habría hecho más que actualizar la defensa de los antiguos castros en tanto que los árabes no supieron imitar la táctica de los romanos». En la emboscada serían aniquilados cientos, entre ellos el jefe Alkama. «Los árabes se dieron a la fuga no tanto por la muerte del capitán cuanto por el pánico de la súbita y atroz carnicería. El peor adversario en el campo de batalla es el pánico».