Cine | Mostra de Venecia
El León de Oro, entre un drama comunista y un thriller italiano
‘América Latina’ y ‘Leave no traces’ pugnan por conseguir el premio de Venecia
Leave no traces, la historia real de un estudiante polaco golpeado hasta la muerte en 1983 por miembros de la milicia comunista se mide con un thriller psicológico protagonizado por un dentista, América Latina , de los gemelos D’Innocenzo en la penúltima jornada competitiva de la Mostra de Venecia.
En su tercer largometraje como directores, los italianos Damiano y Fabio D’Innocenzo, guionistas de la aplaudida Dogman de Matteo Garrone, juegan al despiste con el espectador desde el propio título, una alusión a una ciudad, Latina, ubicada al sur de Roma. «Queríamos que el espectador se sintiera como una mosca atrapada tras un cristal», explica en rueda de prensa Damiano D’Innocenzo sobre el tono claustrofóbico de esta historia, la de un dentista de mediana edad (Elio Germano) con una vida aparentemente satisfactoria —éxito profesional y económico y familiar— en una villa situada a las afueras de la ciudad.
Sin embargo, desde el inicio se percibe que algo no va bien. Lo inimaginable sucede cuando un día baja al sótano de su casa y no se puede explicar lo que ahí se encuentra, lo que le hará entrar en una espiral de tormento cada vez más insoportable. «Habla de cómo ocultamos lo que no nos gusta de nosotros bajo la alfombra para preservar la imagen que tenemos de nosotros mismos», señala el actor Elio Germano, que también trabajó con los hermanos D’Innocenzo en su anterior película, Queridos vecinos .
La otra contendiente del día es Leave no traces» , segundo largometraje del polaco Jan P. Matuszynski y reconstruye la historia de Grzegorz Przemyk, hijo de una conocida poeta y activista del sindicato Solidaridad (Bárbara Sadowska) que tenía solo 19 años cuando murió a consecuencia de una paliza de los agentes que lo detuvieron por la calle por no querer mostrar su DNI.
El caso tuvo un enorme eco en la época y su funeral, al que asistieron 60.000 personas, se convirtió en un acto con resonancias políticas y trágicas consecuencias. El sacerdote que lo ofició, Jerzy Popieluzko, fue asesinado un año después.
En el juicio por la muerte de Przemyk los agresores salieron impunes y se condenó a dos enfermeros que lo trasladaron al hospital. Sin embargo, muchos años después, en mayo de 2008, los tribunales polacos condenaron a cuatro años de prisión a Ireneusz Kolciuk, uno de los miembros de la milicia comunista que participó en la paliza.