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«Pinto para que mi espíritu esté en calma»

La galería Ármaga acoge la cuarta exposición de ‘La Chunga’ en León como la apertura del festival literario ‘Palabra’

León

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Micahela Flores Amaya, ‘La Chunga’, abrió ayer con su naif luminoso el festival Palabra que organiza Leteo con el patrocinio del Ayuntamiento de León. Una gran fotografía de la niña bailaora, que Rafael Alberti definió como una alada brisa salada, preside la galería de arte Ármaga, que expondrá la obra pictórica de la artista. «Cuando yo pinto me olvido de todo, como con el baile. Pinto para que mi espíritu esté en calma», subrayaba ayer la artista, que comenzó en el mundo de la pintura apenas una niña, en el taller del artista catalán Francisco Rebés. «Me descubrió en un bar y me propuso que fuera a su taller a que me pintara. Oye —le dije— a mí me pintas vestida ¿eh? Tenía 7 años y me pagaba 15 pesetas que yo llevaba a mi madre para comer». Un día se quedó sola en el estudio y, por aburrimiento, cogió los pinceles y comenzó una carrera que ya dura más de 70 años. «Había un arquitecto muy bueno al que le encantaban mis colores. Puso todo su despacho lleno de dibujitos míos. Los vendía a 10 pesetas».

Poco a poco sus gitanas, sus mantones y las flores esquemáticas con las que puebla sus lienzos fueron desarrollándose hasta que asombraron al mismo Picasso.

La que ayer se abrió en Ármaga es la quinta muestra que ‘trae a León. «Nunca repito el mismo cuadro y nunca he roto ningún lienzo», destaca mientras observa como el muro blanco se transforma con sus mezclas de colores imposibles. «Me gusta el negro. Nunca falta el negro en mis cuadros. El negro que me da alegría, me da tristeza... no sé qué me pasa con el negro», explica antes de que el color la traslade hasta el día que conoció a Picasso. «Como los ojos de Pablo, dos bolas negras»...

Fue Luis Miguel Dominguín el que le presentó al autor del Guernica. «Fuimos a Francia. Él le llevó un jamón y yo un cuadro que nunca me pagó. Soy muy catalana ¿verdad?», añade con una sonrisa. «Ni tengo estudios, ni he aprendido a pintar, ni nada, pero sé los colores que tengo que usar». Eso fue precisamente lo que le atrajo al genio de Málaga. «Que yo inventara estos colores tan fuertes y que no chocaran. Me dijo que no lo entendía».

«Me siguen pidiendo cuadros. Esto que hago yo es un don que me ha dado Dios».

Micahela se queda mirando la imagen de la niña que baila en medio del campo y confiesa que le separa de ella la alegría: «Estaban mi madre y mi padre. Y estaba embarazada, que luego lo perdí». Una vida entera, desde las laderas de la Tierra Negra hasta los escenarios de Estados Unidos o Japón. Aún baila, aunque lo haga sentada, como sus gitanas, «un desconcertante y delicado misterio, hermoso y sin medida alguna, explicándose a sí mismo sin necesidad de palabras»...