Diario de León

Michael Farr descubre en un libro los personajes que inspiraron a Hergé

Tintín: la realidad de una ficción

Auguste Piccard, uno de los padres del batiscafo inspiró la histriónica figura del sabio por antonomasia: el Profesor Tornasol. También la Castafiore y su pianista Wagner, l

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Javier Fernández Zardón - LEÓN.
León

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Sí, Tintín es real. Lo es mucho más, infinitamente más, que la mayoría de las personas con las que a diario nos topamos por la calle. Así se mostraba en el ánimo de Georges Remi, dites Hergé, el más famoso y perdurable de cuantos dibujantes se han dejado las pestañas sobre un tablero de dibujo, que consiguió, en veintitrés irrepetibles álbumes, plasmar la realidad de una vida en lo que los expertos han dado en llamar la «línea clara». Una abigarrada serie de preciosistas viñetas en las que los automóviles se reconocen perfectamente, lo mismo que los trenes, aviones, camiones de bomberos y cuantos ingenios mecánicos participan de las subyugantes aventuras en las que intervienen toda una pléyade de personajes (lo mejor de las Aventuras de Tintín son precisamente los secundarios) que han hecho soñar a los jóvenes, entre 7 y 70 años, desde que Hergé comenzara a tratarse de tú a tú, allá por 1929, con «su» familia de papel... tanto más real cuanto que ha superado, hasta el infinito, las barreras generacionales. En la era de los videojuegos, de la informática y de la televisión; en un momento en el que la viñeta tradicional parece condenada al ostracismo, las Aventuras de Tintín resurgen con renovados bríos en una concatenación de abuelos a nietos, de padres a hijos y de tíos a sobrinos. Unas aventuras en las que, al decir del británico Miche Farr en el prólogo de la obra (Tintín, el sueño y la realidad), que estos días desembarca en las librerías españolas de la mano de la editorial Zendrera Zariquey, «cada uno encuentra su propio nivel de comprensión y análisis, desde los niños que aprenden a leer hasta los tintinófilos de edad avanzada». Un éxito que se alimenta por sí mismo: Los niños se convierten en adultos que, a su vez, tienen hijos, y así se mantiene el mito». Pero, ¿cuál es el mito? Pues el de la magia de unas historias contadas a golpe de aventuras, de magistrales pinceladas y de coloristas viñetas (inicialmente en blanco y negro) que han conseguido hacerse con un público tan variopinto como que Tintín se ha traducido a centenares de idiomas y dialectos de todo el mundo. El mundo una y mil veces recorrido por el más famoso de cuantos periodistas... nunca pisaron una redacción ni llegaron a enviar crónica alguna. Un reportero que llegaría a codearse con un malo tan malo como Alfonso Capone, el único «malo auténtico» con el que Hergé hizo convivir a Tintín en su viaje a América (Tintín en América), con el mismo nombre y, prácticamente, la misma fisonomía del verdadero Al Capone. Los demás... son inventados, aunque (también es cierto) quizá no del todo. Y entre los buenos, que los hay de toda índole en la veintena larga de álbumes, el personaje de Tchang Tchong-Jen (El Loto Azul) la aventura con la que Hergé se decide, por fin, a documentarse hasta el infinito, una de las preferidas por la inmensa mayoría de tintinófilos y con cuya amistad el autor confesaría haber descubierto la magia oriental... «me ha hecho descubrir y amar la poesía china, la escritura china, un mundo nuevo...»; se diría que fue en El Loto... donde Hergé comenzaría a tomar conciencia de una realidad hasta entonces inadvertida para el genial creador. Aunque nadie como el genial Haddock, capitán de capitanes, impenitente marino, tanto como borrachín y creador de los más abruptos improperios, indisolublemente unido a su hirsuta barba, su pipa... y su botella de Loch Lomond (la particular marca de whisky creada para él a partir de La isla negra) y con la que Haddock compartirá travesía al timón del Aurora en pos de La estrella misteriosa. También en las tranquilas (¿) veladas de Moulinsart, cuando Nestor, el fiel mayordomo, intenta, sin conseguirlo, librarse de las «bromitas» de un Adullah en cuyo magnífico Bugatti 35 (de juguete) Milú, el hablador fox terrier blanco, pasará ratos inolvidables (Tintín en el país del oro negro). Lo de Haddock, sin duda uno de los personajes más queridos por el fidelísimo público de Hergé, resulta ser todo una filosofía de la vida. La que va desde la «hermosa brisa» (una tormenta de no te menees) estoicamente soportada por el capitán en su puente de mando, hasta los paseos por el jardín de Moulinsart (castillo inspirado en el verdadero Chevernny del Loira) en busca de la esmeralda que la garza llevaba a su nido (Las joyas de la Castafiore). Capaz, incluso, de soportar con la entereza propia de un verdadero copiloto de rallies las evoluciones de Arturo Benedetto Giovanni Giusseppe Pietro Archangelo Alfredo Cartoffoli, al volante de un Lancia Aurelia B20, en la celebérrima persecución para salvar al Profesor Tornasol (El asunto Tornasol). La única vez que aparecerá Cartoffoli en los álbumes... pero ha quedado para los anales. Justo después, Stock de coque resultará ser la consagración definitiva de un Haddock que ha quedado para siempre en el corazón de los incondicionales de las aventuras del reportero de gabardina y pantalones bombachos. La vida sigue; las Aventuras de Tintín..., también; como las sonoras e incontestables retahílas del magistral Haddock.

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