Diario de León

La Orquesta de Cámara de la Filarmónica de Berlín ofreció anoche una lección de consumado virtuosismo en el Auditorio

Entre la realidad y el delirio

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - LEÓN.
León

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Aunque puede parecer ocioso el hablar de las excelencias de una formación camerística como la de la Filarmónica de Berlín, que anche actuó en el Auditorio dentro del ciclo de conciertos de abono, no siempre los resultados acompañan a las actuaciones, por muy prestigiosas que estas sean, pues igual que sucede en los otros aspectos del arte, no todos los días amanecen iguales. En el caso que nos ocupa el nivel interpretativo y el profesional cabalgaron al unísono a lo largo de las casi dos horas que duró el magno concierto; y si en algunos momentos pudo parecer que la ejecución no mantenía el mismo nivel en Bartok que en Tchaikowsky, nadie pondrá en duda que la luz prevaleció sobre la neblina. Por primera vez, esta sensacional orquesta actuó en León y pudimos deducir que los adjetivos dedicados por la crítica especializada a sus profesores a lo largo de treinta años de andadura es, no sólo justa, sino merecida. Apoyándose en un repertorio romántico, han terminado por hacer suyo el de toda una época, gracias al buen gusto, la precisión y la destacada musicalidad de sus componentes. Su lectura de Bartok fue todo un descubrimiento, pues es difícil lograr los mejores resultados con tan mínimo despliegue de medios. Los tres autores interpretados adquirieron connotaciones muy diferentes a las habituales por obra y gracia de una inteligencia en el fraseo única, una limpieza en el sonido envidiable y de una afinación tan perfecta que de inmediato pasa a ser referencia entre sus colegas de atril, naturalmente todo ello está sustentado sobre unas bases musicales de una solidez a toda prueba. La Serenata para cuerda, de Dvorak, fue un tratado de lirismo cantabile servida con generosidad, sin perder de vista la línea romántica que más que cantar se rompe en amplias frases, disminuyendo los valores y ampliando el discurso. La hermosa Serenata para cuerda, de Tchaikowsky, caballo de batalla para la gran mayoría de estas formaciones, fue aquí servida con la perfección de lo genial, llena de frescura y marcados acentos, lo que hizo de los suaves contrastes casi una norma de introspección y transparencia. El vals fue de una elegancia fuera de este tiempo, mientras el largheto mantuvo toda la hondura que Tcahikowsky solía imprimir a estas secciones, haciendo que la cuerda alcanzara momentos sobrecogedores para alcanzar el clímax en el Andante finale.

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