Diario de León

CRÍTICA DE MÚSICA/Miguel Ángel Nepomuceno

La emoción del instante

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María José Montiel cantó en León el pasado viernes en el Auditorio y la noche se hizo clamor cuando la soprano madrileña apareció en el escenario acompañada por ese exquisito pianista que es el portugués Luiz de Moura Castro y continuó en loor de multitud, a lo largo de todo el denso recital que fue un auténtico regalo para los oídos. En el programa se incluía una excelente selección de lo mejor del lied brasileño, con algunas de las canciones más sugerentes y hermosas de de cuantas salpican el rico legado canoro del país carioca. Pocas veces se tiene la ocasión de escuchar una voz tan limpia, redonda e impostada como la que posee esta espléndida soprano. Una voz que puede parecer, en una apresurada escucha, de mezzosoprano, por el oscuro timbre que la arropa, pero, de inmediato, se descubre como una voz importante de soprano lírico-spinto, pletórica de matices, de inflexiones y ahíta de un color tan hermoso que capta al oyente desde las primeras notas de su perfecto fraseo. El público que el viernes acudió al Auditorio Ciudad de León para disfrutar de uno de los recitales más plenos de la temporada, supo apreciar de inmediato que se encontraba ante una cantante de las que se cuentan con los dedos de una mano y sobran muchos. Y es que la gran soprano María José Montiel es una cantante que ha triunfado por derecho propio en los teatros de ópera más importantes del mundo, que es capaz de encandilar a los auditorios más reacios sólo con abrir la boca y emitir esos delicados sonidos que están fuera de toda comparación y que dejaron plena constancia de la calidad auténtica de una voz capaz de cantar simultáneamente en el más puro estilo lírico del lied y dotarlo con dramáticos acentos, proporcionando con ello, como ocurrió con la bellísima Modinha, de Ovalle o el Ouve o silencio, de Santoro, una emocionante calidad tonal. Su canto sonó en el escenario del Auditorio agudo limpio y fácil, centro cálido y pastoso y una técnica consumada dentro de una cuidada línea de canto, efusiva y comunicativa. Todo el lirismo que algunas de estas bellas canciones encierran, las libó la Montiel con enorme encanto, supeditado siempre, a la fuerza infalible del uso expresivo que mana de su voz. Durante todo el recital el sonido se proyectó con la nitidez y la trasparencia requeridas, destacando en esas dos joyas del lied como son Nhapopé y Melodía sentimental, de Villalobos, en los que la voz de la soprano madrileña atacó los pasajes intermedios con frescura recogiendo los matices aterciopelados, dulces y lánguidos, apianando y haciendo que los finales de frase fueran casi etéreos. Cómo si no se puede decir ese Modinha, de Villalobos, si no es con una construcción perfecta de cada frase, destacando el momento más punzante del mensaje dramático, sin precipitaciones y con ese innato sentido del equilibrio que la permite salir indemne y no despeñarse en los abismos del engolamiento, sin raspar la nota. La enorme calidez de su voz sobre unos adecuadísimos textos, el perfecto desarrollo del piano, en todo momento milagroso en los ágiles dedos de Luiz Moura de Castro, un excelente pianista y compositor que acompañó a la soprano con la modestia de los maestros. La siguió en los pasajes alternantes, la dejó respirar en los finales de frase y mantuvo en todo momento la línea idiomática del discurso canoro, con un pedal parco y una pulsación leve, permitiendo a la soprano lucir lo más bello de su instrumento: la zona alta y la de paso, dosificando el tempo y perfilando los matices, haciendo que todo el recital fuera algo inolvidable y de altísimo nivel canoro y musical. Las canciones Viola quebrada y Xangó, de Villaobos y el hermosísimo fado Tristesse, de Ernesto Halffter, las convirtió María José Montiel en una suerte de despedida amorosa, con momentos de una tensión dramática insoportable ante el desgarro con el que la soprano la ofreció. El público que asistió al concierto del Auditorio tuvo la enorme suerte de poder escuchar puro oro líquido, capaz de plegarse a sinuosas medias voces de tupido terciopelo, hasta conseguir una sensualidad desgarrada y auténtica. En definitiva, una delicia de recital y un acierto de programa.

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