Horizontes cercanos

Los horizontes de Ramón Villa no son, como los de Anthoy Mann, lejanos, sino todo lo contrario. No sólo por la proximidad del pintor afincado en Villamondrín de Rueda, sino porque son reflejo de un territorio común, ese espacio de sentimientos, búsquedas y emociones que, en términos generales, podemos definir como la experiencia de vivir. A él le gusta hablar de «un ir y venir», porque en ningún caso hay rupturas o etapas en Villa, por mucho que su obra suponga, como la vida, una continua evolución, de suerte que el viaje, a veces, no conduce a ninguna parte, porque es más bien un itinerario vital, como ese poema que continua y exclusivamente se empeña en escribir el entrañable Antonio Gamoneda. La exposición, que bajo el título Horizontes inaugura hoy en la Sala Provincia, consta de diez collages, 56 pequeñas obras que suponen un juego intimista, diez de gran formato y ocho de tamaño medio de diferentes épocas del autor. El nexo de unión de todas ellas es ese equilibrio, incluso musical, que se percibe en la estética del pintor. En las diez obras de gran tamaño Villa se nos muestra sin tapujos, sin aditivos. Representan, cada una de ellas, una visión, una aspiración o una búsqueda. Gigantescos lienzos donde, a pesar de la economía de color, el artista es fácilmente reconocible. No hay en ellos concesiones ni licencias. Precisamente, ese poso de madurez que ha alcanzado ya el artista le ha llevado a la simplicidad máxima. La difícil facilidad de la que hablaba siempre Azorín. Poseedor de un lenguaje propio, con el que conecta fácilmente el espectador «iniciado» en Villa, su última obra se nos antoja, aunque parezca contradictorio, absolutamente fresca y renovada. Sólo ha habido depuración, eliminación de elemenos perturbadores, en definitiva, el siempre complejo proceso de síntesis. Pero ese tamiz nos ha devuelto a un artista más puro y sincero. Merece la pena comprobar el resultado...