OPINIÓN Miguel Ángel Nepomuceno
¿Conoces a Evaristo?
Si se hace a propósito no sale peor. Cómo es posible que en un programa de mano que se entiende va dirigido a aficionados y neófitos, que pagan sus buenos euros por estar informados de lo que van a escuchar, no se ponga ni una sola nota diciendo quién es y de dónde es ese señor del que la orquesta se dispone a hacer un homenaje. Y si no cómo entender el renglón a pie de página anunciando un centenario que no se sabe si es de Carl Orff, de Evaristo Fernández Blanco o de los Carmina Burana. Cada día se echa más en falta una cuidada elaboración de los programas, que son la verdadera carta de presentación de un Auditorio que pretende entrar en los circuitos nacionales con categoría y prestigio. No basta con una voz en off que nos advierta. Esos son parcheos de última hora. Son las palabras escritas las que permanecen. Con estos mimbres y muchas voces indignadas ante las taquillas porque no se dejó el diez por ciento de localidades estipulado para su venta en el Auditorio el mismo día del concierto, se abrieron las puertas para acoger uno de los acontecimientos más esperados de la temporada: los Carmina Burana del compositor alemán Carl Orff . Pero antes se puso en atril la Suite de Danzas Antiguas del astorgano Evaristo Fernández Blanco (6/3/1902-Madrid 22/9/93) con motivo del centenario de su nacimiento. Construida sobre una estructura clásica, la música de Evaristo es sencilla como lo era él, sin renunciar, cuando la ocasión o el tema lo requerían, a manejar los materiales orquestales con un lenguaje innovador en el que confluían las estéticas más revolucionarias de los serialistas, con las nacionalistas y neoclásicas, en un afán por experimentar y poner a prueba su maestría con las escuelas y tendencias de su época. Dividida en cinco secciones bien diferenciadas, la Suite es una música que llega al corazón sin tener que pasar por el intelecto, pese a que la mayoría de las veces, como sucedió el sábado, no se la interprete con los matices y las sutilezas expresivas requeridas. Sáinz Alfaro, un excelente director de coros como lo ha demostrado a lo largo de su extensa y prestigiosa andadura, no brilla lo mismo como director de orquesta y los matices, las dinámicas y los juegos tímbricos de esta «sencilla» obra se escaparon sin paliativos a su insegura dirección. A ello se unió las pifias de la madera (un oboe desafortunado que destrozó el minué), una cuerda desigual y un viento y percusión sin relevancia. Los Carmina Burana tuvieron en el Orfeón Donostiarra su mejor baza. Afinado, empastado, rotundo en sus entradas y finales de frase pese a alguna tendencia al grito, fueron milimétricos en todas y cada una de sus intervenciones, mostrando una cuerda de sopranos tímbricamente homogénea y equilibrada. Los solistas lucieron sus excelentes voces principiando por la soprano Milagros Poblador, de voz de lírico ligera, nítida, con excelente dicción e intencionalidad, pese a ligeros problemas en la zona grave. El barítono Martín Bruns de emisión potente, afinada, empleó el falsete para alcanzar las tesituras más altas con cierto afeamiento en el color. El contratenor Carlos Mena fue tal vez, pese a su exigua intervención, el mejor de la noche. Voz limpia, impostada, con una línea de canto segura y con gran proyección. La Orquesta del Principado, desigual, influida especialmente por el endiablado tempo al que la sometió Alfaro, que parecía tener prisa por terminar. En conjunto, un concierto desigual en el que los solitas y, sobre todo, los miembros del Orfeón Donostiarra, constituyeron lo mejor de la noche.