Diario de León

CRÍTICA DE MÚSICA/Miguel Ángel Nepomuceno

De la verdadera grandeza

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León

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Hay actuaciones que por sí solas se definen como referenciales sin mayores eufemismo,s como la que el pasado lunes ofrecieron The Academy of Ancient Music, el New Oxford Choir y los solistas Julia Goodwin, soprano, Robin Blaze, contratenor, James Goilchrist, tenor, y Michael George, bajo, dirigidos por la sabia batuta de un Paul Goodwin ígneo. No podemos decir lo mismo de los programas de mano, en los que faltaban más de diez números del oratorio y se había escamoteado el texto inglés que es el referente para seguir la obra. Un programa en el que no se sabía qué admirar más si el chasquido contra natura del verso libre o la maravillosa descripción de las voces de los coros donde figuraba la palabra «triple» en la cuerda de los tiples, en una demostración más, que además de ser pobres son erráticos, sin gusto alguno y lo que es peor no se leen ni corrigen. O se cuidan estos detalles o cada quisque tendrá que llevarse sus propios libretos como hicieron el lunes más de un espectador, para poder seguir el concierto. Concierto por cierto signado por la gracia del Altísimo, que para eso se le ofrecía una de las obras cumbres de la historia de la música, oficiada por su máximo sacerdote, Paul Goodwin. Desde el primer compás quedó patente el planteamiento que el exigente director británico quería otorgarle a esta representación sacra: explicarnos a un Haendel humano, positivista y cercano al hombre de la calle, lejos de esa exultante algarabía a la que los románticos habían convertido la obra. Con un tempo ágil pero no premioso, dejando a los solistas lucirse en sus intervenciones con matices y expresividad, El Mesías, de Goodwin, se nos brindó majestuoso y elegante, sobrio y expresivo; un producto de altísima escuela de alguien que mira más allá de lo divino para indicarnos que existe un camino de esperanza. Empleando una dinámica rompedora que utiliza los pianos como sonidos que mueven a la compasión y los fortes como revulsivo que impele a la búsqueda por imperativo, el tejido orquestal fue acumulando dramatismo hasta alcanzar grados de intensidad sobrecogedores. Esto hizo que confluyeran en ese magma de sensaciones las afinadas voces del coro de Oxford en estado de gracia. Apoyados en una Orquesta afinada como un diapasón, con un viento milagroso y una percusión a la que sobró muchos decibelios ya que sepultaron a las exquisitas voces blancas en el famoso Aleluya, todo fue equilibrio y acentuación, buscando la hondura dramática y la alegría desbordante en cada intervención del coro y solistas. Soprano lírica de voz evanescente y expresiva al lado de un contratenor de línea irregular y timbre no muy apropiado. El tenor justo y algo caprino, mientras que el bajo se apoyaba más en su oscura y engolada voz que en su verdadera tesitura de bajo-cantante. Sin ser perfectos, el resultado sí lo fue y el concierto se convirtió en uno de los más memorables escuchados en León.

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