Cerrar
Publicado por
Carmen Sigüenza - MADRID.
León

Creado:

Actualizado:

Nació poeta para cantar la tristeza y para transformar el mundo porque, como él siempre decía: «¿Se cree alguien que vivimos en un mundo justo?», y hoy, tras 80 años de vida y en plena vitalidad poética, su voz rotunda y enérgica ha dejado de sonar por imperativo de un corazón que nunca dejó de darle sustos. A Pepe, como le conocían sus amigos, le llovieron los reconocimientos en los últimos años: el Reina Sofía de Poesía, en el 95; el Cervantes, en diciembre del 98; y en el 99, fue elegido académico de la Lengua y recibió el Premio de la Crítica por su poemario Cuaderno de Nueva York. Un libro clave en su carrera, considerado por la crítica como una «obra mayor» del poeta, y por el que también recibió el Nacional de Poesía. Premios y parabienes que no dejaron de sorprender al poeta cántabro. «Estoy abrumado, me considero un ser absolutamente afortunado y nunca he entendido la causa, porque no creo que mi trabajo haya sido tan bueno como para merecer tanta suerte», dijo en una ocasión este poeta que solía escribir sus «recuerdos sedimentados» en un bar madrileño, pegado a su eterno cigarrillo y a su copa de chinchón en medio de la música de las máquinas tragaperras y la televisión. Figura clave de la poesía de posguerra junto a Blas de Otero, Gabriel Celaya y Eugenio de Nora, a Hierro no le gustaba mucho hablar de sí mismo, ni aparecer en demasiados «saraos»; además, su poesía era de un tejer lento, tanto que estuvo hasta veinte años sin publicar un libro. «Cuando no se tiene nada que decir lo mejor es callarse», repetía muchas veces un Hierro siempre terrenal y campechano, que urdía sus poesías «con palabras que saben a pan y vino», como le dijo el rey Juan Carlos en su discurso de entrega del Premio Cervantes. Y que supo cantar a la tristeza, la muerte de su padre, su tiempo en la cárcel durante el franquismo, la interrupción de sus estudios o la injusticia social, una experiencia dura de la vida que no le restó hueco para reivindicar el amor. Por eso, en su Cuaderno de Nueva York pedía: «Ven a decirme te amo/no me importa que duren tus palabras/lo que la humedad de una lágrima sobre una seda ajada». También la pintura y la música presidieron su vida y el ritmo de sus versos que siempre llegaban al poeta a través de los dioses de la inspiración.

Cargando contenidos...