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León

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Así definía José «Pepe» Hierro la muerte, como el cambio de agujas de un tren; el tren de la vida, que ayer, a él, le llevaba a ese cielo de los creyentes y, en cualquier caso, al paraíso de los escritores inmortales. En abril del 2000 recibía en León el Premio Nacional de Poesía por Cuaderno de Nueva York. Meses antes había participado también en esta ciudad en un curso de la Facultad de Filosofía y Letras. Y es que en los últimos años se le acumularon los premios -recibió el Cervantes y el Nacional de la Crítica- y los reconocimientos -ingresó en la Real Academia de la Lengua-. Presentían todos, también él era consciente, que la vida le estaba concediendo la definitiva tregua. Pero se lo tomó con humor. «¿Qué he hecho yo para merecer esto?», dijo, parafraseando al cineasta Almodóvar. Cuando le propusieron, incluso, para el Nobel, se le escapó un: «Esto ya es el copón». Ahora, los expertos se apresuran a definirle como el «poeta del compromiso». ¿Acaso se puede ser un gran poeta sin estar comprometido? Pepe Hierro lo estaba y mucho. No hace falta recordar que estuvo encarcelado por escribir en plena guerra civil el poemario titulado Una bala le ha matado. «Si existiera Dios», afirmaba, «le pediría fe». Creía que la palabra era «una herramienta para transformar el mundo»; por eso, no dejó nunca de combatir. Era Hierro hombre de profundas convicciones. Sabía de la maldad humana: «¿Se cree alguien que vivimos en un lugar justo?». Pero la grandeza de Hierro está en su obra. Del citado Cuaderno de Nueva York llegó a vender más 30.000 ejemplares en unos pocos meses, en un país que apenas lee; más que los mismísimos San Juan de la Cruz, Lope de Vega o Juan Ramón Jiménez. Eterno fumador y bebedor de chinchón, el hombre de la cabeza rasurada y de la mirada profunda escribía «a fuego lento» -su obra fue más intensa que extensa-. En sus versos se despojaba de sus demonios y su memoria se abría paso desde una «una desazón, como el hambre». Y él, verdaderamente, sabía lo que era pasar hambre, y cambiar un mendrugo en la cárcel por un poema (generalmente, de Góngora). Ciertamente, las letras españolas están de luto. Se nos ha ido uno de los grandes, pero lo era, sobre todo, de espíritu. Hasta los títulos de sus libros son una radiografía de su vida: Tierra sin nosotros, Nana para dormir a un preso, Emblemas neurorradiológicos, Estatuas yacentes, Cuanto sé de mí, Libro de las alucinaciones o Compasivamente en la noche. Como él mismo dijo no hace mucho, adelantándose a cualquier epitafio: «Mi alma existía antes de que yo naciera, cuando nací entró en mí y cuando muera continuará donde estaba antes...».

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