«Nepo es mucho Nepo, muchacho»
¿Y quién es este que firma tanto… con un apellido tan raro?, pregunté yo el primer día de julio, nada más llegar al Diario, dispuesto a hacer prácticas de Periodismo en el decano de la prensa provincial. «¿Ese? ¿Cómo ese? –respondió otro clásico del oficio, añorado Vicente Pueyo—. Ese es Nepomuceno. Y Nepo… Nepo es mucho Nepo, muchacho», me respondió, y sonrió, y alzó las manos como ante la imposibilidad física de contener, en unas pocas frases, en una sola tarde, todo lo que era, todo lo que sabía y todo lo que llegaba a publicar Miguel Ángel Nepomuceno, el bueno y noble de Miguel Ángel Nepomuceno.
Luego tomé asiento en una esquina de la redacción y lo conocí y lo traté, y desde que entré a formar parte del periódico lo llamé innumerables veces, edité o encajé sus textos otras tantas, le propuse (y él a mí) no pocas aventuras periodísticas, y también aprendí de él, me sorprendí con él, me maravillé, me preocupé, me entristecí, me alegré… porque Miguel Ángel Nepomuceno era el colaborador total. Especialista en música clásica cuando los periódicos tenían críticos de música clásica (y de otras muchas materias, y corresponsales, y correctores, y maquetistas, y…), escribía además sobre danza, sobre cine, sobre música tradicional (atención a la serie Dulzaineros leoneses que publicaba en Filandón), y también, muy particularmente, sobre ajedrez, disciplina en la que su maestría era conocida y reconocida. Nepo, que empezó a publicar en el Diario antes de que yo naciera, era capaz de distinguir (y de hacer constar fielmente en su crónica) cuándo había desafinado el segundo violín de tal o cual orquesta rusa; Nepo entrevistó a todos y cada uno de los grandes concertistas, solistas y cantantes que pasaron por el Teatro Emperador y por el Auditorio Ciudad de León en su edad dorada, desde Teresa Berganza a Luciano Pavarotti pasando por José Carreras, Plácido Domingo, Ainhoa Arteta o Kiri te Kanawa (unas entrevistas largas y proteínicas en las que a veces la pregunta ocupaba el doble que la respuesta); y de él se cuenta que, con motivo de una controversia surgida en una partida de ajedrez especialmente reñida en la que él participaba, el otro sacó y blandió un reglamento del juego que…. ¡oh, casualidad! estaba firmado por el propio Nepo.
Fue a él a quien llamé, cierta mañana de sábado, porque alguien había visto a Viggo Mortensen curioseando en una librería de León. El único que, alegre y confiado, se apostó en el hall de San Marcos hasta que el célebre actor apareciera por la escalinata, cosa que no hizo en todo el día. Al día siguiente regresó a primera hora (¿qué periodista haría hoy eso?) y se lo encontró, y de ahí no solo brotó una gran entrevista y una estupenda exclusiva de cómo Mortensen acudía a la Montaña de León para perfeccionar el acento de Alatriste sino también una larga amistad.
Miguel Ángel Nepomuceno, prolífico, sabio e independiente, deja tras de sí un caudal periodístico inmenso, abrumador, difícilmente alcanzable por otros informadores. Pero Nepo, el bueno de Nepo, elegante y sonriente, a quien llamábamos sin parar Verónica, Cristina y yo sin que nunca hubiera un «no» por respuesta, debió haber contado con una mejor etapa final, una etapa de homenajes y reconocimientos acorde con su valía y con su independencia de juicio, algo que para mí ha sido sin duda lo más destacable de su faceta periodística. Hace un par de meses habíamos quedado para vernos. No pudo ser. No te pude decir que a partir de entonces yo duermo muy tranquilo, Nepo. Porque hay gente que se obceca en el rencor y en la maldad, y luego hay gente como tú. Lo único que pido es no equivocarme jamás de bando. Duerme tú ahora tranquilo, compañero.
Miguel Ángel Nepomuceno (León, 1947) falleció ayer dejando atrás un extraordinario legado que León le debe; y gran parte de su obra quedó reflejada en Diario de León, que creció con la exquisitez de su palabra. Fue maestro internacional de ajedrez. Marcelino Sión anunció que el Magistral de León de este año será en su memoria.