Cuando cosieron las cicatrices de la Muralla de León
«Hasta que puedan ser reconstruidos algún día los desaparecidos cubos de este importante lienzo de la Muralla de León», afirmó Luis Menéndez-Pidal, arquitecto de la primera zona monumental de España, cuando en los años 60 curó las cicatrices del derribo de las torres de la calle Carreras. Andrés Seoane, maestro cantero, que debutó en esta época junto a su padre y hermanos, recuerda las obras que sanaron las heridas causadas por el derribo de los cubos a principios del XX.
Una oportunidad, la de reconstruir los cubos de la Muralla de la calle Carreras, a la que la ciudad ha renunciado por voluntad del Ayuntamiento de León y de la Comisión de Patrimonio que rechazó las medidas de protección de los restos arqueológicos que planteó su ocultamiento y la señalización de sus perfiles mediante una estructura metálica con función también de bancos.
La Comisión de Patrimonio mandó redactar una «propuesta de integración en el proyecto de los restos arqueológicos excavados que permitan su conservación, exhibición recreación y puesta en valor, ya que estos restos presentan tramos que forman parte del monumento». Ahora falta ver qué solución se le da.
Las heridas que dejó en la Muralla de León el derribo de los cubos de la calle Carreras a principios del siglo XX no se cicatrizaron hasta los años 60. Los tramos que quedaron en pie sufrían los ataques del paso del tiempo y de las inclemencias atmosféricas en una ciudad lúgubre y fría.
Los derrumbes se sucedían en el lienzo norte del monumento sin que en Madrid, desde donde se gobernaban los asuntos de patrimonio, se prestase la más mínima atención a esta decadencia. Fue a partir de 1962, con la intervención del arquitecto Luis Menéndez-Pidal Álvarez (1896-1975), cuando la Muralla leonesa empieza a ser objeto de interés y de intervenciones. Para bien y para mal.
En 1962 acomete, en colaboración con el arquitecto Francisco Pons Sorolla, las primeras labores de reparación y consolidación sobre los «padecidos restos». Todavía hay testimonio vivo de las manos ejecutoras. Andrés Seoane, miembro de la saga de canteros que ha dejado su huella en gran parte de los monumentos de León, recuerda perfectamente que las obras empezaron por la Era del Moro, donde ahora se ultima una restauración y la apertura de una salida peatonal a Ramón y Cajal por el Molino Sidrón. Lo recuerda muy bien porque fue donde conoció a quien, con el paso del tiempo se convirtió en su novia, hoy su esposa, que vivía en una casa aledaña.
Era el encargado de las «listas», los papeles donde se anotaba la hora de entrada y salida de los obreros. A León llegaron a trabajar mamposteros «portugueses, gallegos... de toda España», comenta mirando por la rendija que queda abierta en la puerta de acceso a las obras de la Era del Moro.
«Empecé con 14 años. A las siete de la mañana salía de casa y volvía a las 11 de la noche porque iba al instituto Padre Isla, hasta cuarto de bachillerato», apunta. En aquel entonces, «San Mamés era una calle de tierra y la plaza del Espolón también»..
Las obras en el lienzo de la Muralla de la calle Carreras comenzaron en 1964. «Se hizo una pared de canto rodado con unas hileras ladrillos en los huecos que habían quedado de los cubos derribados a principios del siglo XX, para distinguirlo del muro original», explica Andrés Seoane. A poco que uno se fije en esta parte de la Muralla se puede apreciar la diferencia, aunque muy poca gente sabe su razón de ser y muchos ni siquiera se han fijado.
Además, reconstruyeron con sillarejo los arranques de los cubos para que «se conocieron los inicios de la muralla», explica el que se convertiría en un preciado cantero con la experiencia adquirida al lado de su padre y hermanos. Y los clavaron, como queda patente al observar la concordancia de estos arranques con los restos arqueológicos de los cubos aparecidos durante la excavación que se ha realizado por las obras de peatonalización de la Avenida de los Cubos y la calle Carreras.
El testimonio de Seoane es corroborado por una fuente documental. «Pidal propuso y realizó la reconstrucción de parte de los muros de arranque de los cubos lo suficiente para asegurar su estabilidad pero ‘dejándolos cortados para mostrar a la vista la situación de aquellos’», apunta Miguel Martínez Monedero, que dejó constancia de los proyectos de las obras de la Muralla de 1962 y 1963 en el trabajo Castilla y León y la 1ª Zona Monumental (1934-1975). La conservación de Luis Menéndez-Pidal (Consejería de Cultura y Turismo de la Junta. 2011).
«El núcleo donde desaparecieron los cubos fue rellenado con mampostería de cantos rodados a la vista y mortero de cemento, enrasado cada metro y medio por verdugadas de tres hiladas de ladrillo y todo ello terminado con una albaldrilla de ladrillo a sardinel».
La reconstrucción sistemática de los cubos no era viable en aquel entonces, pues su espacio era ocupado por una vía rodada abierta al tráfico. «Buscó la consolidación del estado en que la reciente mutilación había dejado este paño, en un intento de denunciar su precaria situación», opina Monedero.
Pero el deseo de Pidal era que «la consolidación fuese temporal, hasta que ‘puedan ser reonstruidos algún día los desaparecidos cubos en este importante lienzo de la Muralla de León’», apunta el autor recogiendo palabras del arquitecto extraídas del proyecto de obras que guarda el AGA (Archivo General de la Administración).
«El tiempo no ha convenido en llegar a la restitución anunciada por nuestro arquitecto y el paño de la Muralla sigue en el estado que Pidal lo dejó, denunciando, con su amputada forma, los excesos de años pasados», concluye Martínez Monedero. Lo escribió en 2011 y vale para 2022.