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Obituario

Y también fotografiarás la infinitud

Santiago Santos en el Palacio Real de Madrid fotografiando un Caravaggio. IMAGEN CEDIDA POR MIGUEL PÉREZ CABEZAS

Publicado por
Joaquín Alonso
León

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Muchas veces la fecha necrológica sirve para contabilizar la ausencia y las penas que ésta lleva consigo. Siendo así, cabe señalar que finalizaba el mes de agosto cuando se produjo el repentino fallecimiento del fotógrafo astorgano Santiago Santos Vega. Un suceso inesperado que nos llenó de esa clase de perplejidad y pesadumbre que dificulta asumir el irreversible fin de la existencia. Quizá sea éste uno de los motivos que nos aferra a la vida, pero también el que hace que sea más difícil sobrellevar la desazón de las despedidas sin retorno. Esta clase de sensaciones son las que nos han llenado estos días, que nos van alejando físicamente de Santiago y que nos hacen tener presente su memoria y su extensa aportación a la fotografía.

Los que trabajamos cerca de él pudimos sentir el silencio que surgía cada vez que Santiago tenía que accionar el obturador de su cámara. Eran instantes en los que parecía que el tiempo se detenía para que surgiera la magia de su fotografía, que era la luz, la luz ordenada en el contexto, en la captación más fidedigna y pulcra de volúmenes, texturas y colores, es decir, de la realidad. Ésta fue su “biología”, su intrínseca verdad, de modo que en aquellos preliminares instantes de reflexión en los que debatía las posibilidades técnicas, desbordaba su saber más eficaz al servicio de esquemas fotográficos que permitiesen la foto perfecta o, cuando menos, la que podía estar en el límite de la “perfección” que podía mejorarse. 

Recuerdo que ese momento tan significativo estaba acompañado de un halo invisible de compromiso, constancia, sacrificio y responsabilidad que siempre se exigió para conseguir un trabajo bien hecho. Era el complemento a su capacidad y sensibilidad para captar con sutileza la esencia de lo que fotografiaba, a su ejemplar profesionalidad y su valor como fotógrafo que orillaba cualquier conato de personalismo para hacer presente la firma de Imagen Mas, la agencia fotográfica de Astorga de la que fue fundador, socio y empleado siempre disponible. Pero, además, si sus obligaciones le consumían todo el tiempo, aún lo buscaba para cumplir con sus compromisos socioculturales, bien en su tierra o bien donde se le hiciera una propuesta razonable y útil, porque allí siempre estaba para colaborar.

No hay duda de que fue un magnífico fotógrafo, capaz de lo más inverosímil y de mantener en su mente la privilegiada capacidad de mostrarnos con su cámara la realidad material y esencial de prácticamente todo, pero especialmente del patrimonio histórico-artístico español, o de donde fuere, en sus múltiples facetas, con preferencia las del ámbito de la pintura y la escultura. De esta manera y día a día se convirtió en el mejor fotógrafo especializado en obras de arte que ha habido en este país en los últimos veinticinco años, incluso se puede decir que ha estado entre los mejores a nivel mundial, sin que el mismo fuese consciente de las altas cotas que había alcanzado. 

Siempre mantuvo una actitud humilde y modesta, lo que ciertamente le hacía más grande. Nunca le escuché comentar ni jactarse de que sus fotografías formaban parte de la revista italiana de Franco María Ricci (FMR), la más acreditada del mundo editorial dedicado al arte, por sus excepcionales imágenes fotográficas; de la revista de National Geographic, en la que  sólo se publicaban fotos exclusivas, siendo el primer fotógrafo español que lo consiguió; de los catálogos que se han editado con motivo de las exposiciones de las Edades del Hombre ; de sus colaboraciones en Ars Magizine; de su extraordinaria labor técnica fotografiando las vidrieras de la catedral de León y su proceso de restauración; de la Colección de Etnografía leonesa que editó la Fundación MonteLeón o de los más de seiscientos libros ilustrados con sus fotos. Este fue el resultado de su organizado, práctico y disciplinado pensamiento, que además estaba repleto de vocación, constancia y amor propio. De esta manera entendemos como fue forjando su capacidad como fotógrafo, sometida a un continuo aprendizaje y a la búsqueda de nuevos horizontes fotográficos que le conducirían al manejo milimétrico de la técnica fotográfica, al mundo digital y a la recreación con sus fotografías de espacios virtuales de museos y edificios históricos mediante lo que hoy se ha denominado el metaverso. 

Hace mucho tiempo que este bagaje profesional sobrepasó el límite necesario para estar en la historia de la fotografía de este país. Y en ella debe estar. Pero también en la memoria de la cultura de Castilla y León, de su ciudad, Astorga, y del resto de la provincia leonesa, porque es difícil que vuelva a existir una persona de esta dimensión humana y profesional, pues hasta la fecha es de los fotógrafos contemporáneos que más obra y de más alta calidad ha dejado para la posteridad.

Acercándonos al  fin de este breve recuerdo, decir que más o menos así le conocimos y así transcurrió gran parte de la vida de Santiago, fluyendo de una forma sencilla junto a su esposa María Luisa Castillo, su hijo Andrés, sus padres y familiares, sus amigos y, por supuesto, siempre Imagen Mas. A través de ellos y de su trabajo difícilmente mensurable, le tendremos presente. Con sus fotografías disfrutaremos de interesantes testimonios del pasado, aprenderemos arte, reconoceremos paisajes, arquitecturas, escenas de la cultura tradicional de nuestros pueblos y hasta casi lo impensable…, porque sus fotografías se han convertido en excepcionales documentos para el estudio y para el deleite. Con este futuro, en el que Santiago será capaz de fotografiar la infinitud, haremos colmar su memoria y serenar en nosotros su ausencia. Sit tibi terra levis .