El carcelero de León
Machado fue carcelero en León. Los gruesos muros de la prisión que hoy es sede del Archivo Histórico Provincial inspiraron a Francisco Machado poemas como El reloj de la cárcel. Sin embargo, la sombra de su hermano Antonio era demasiado alargada. Tanto, que el autor de Campos de Castilla eclipsó a su hermano Manuel y dejó en el anonimato al benjamín, jefe de la cárcel de Puerta Castillo entre 1929 y 1931.
La estancia de Francisco Machado en León fue breve, pero dejó huella tanto en su obra como en la del autor de Soledades, que dedicó varios versos a la ciudad y a la Catedral: «Gigante centinela / de piedra y luz, prodigio torreado…». En su conocido cuaderno Los complementarios Antonio Machado anotó: «8 de noviembre de 1924. Salimos de Segovia Cardenal, Adella y yo para Palencia y León».
El escritor que fue nombrado por la Unesco ‘poeta universal’ conoció bien León en los años previos al estallido de la Guerra Civil, cuando visitó en varias ocasiones a su hermano pequeño. El jefe de la prisión de Puerta Castillo ejerció como maestro de un joven linotipista que con el paso de los años se convertiría en uno de los grandes poetas leonesas, Victoriano Crémer. Francisco Machado fue tildado como ‘el carcelero bueno’. Era fiel seguidor de Concepción Arenal y de su máxima «odia el delito y compadece al delincuente».
Al término de la Guerra Civil se vio obligado a embarcarse hacia el exilio. Su hermano Manuel, atrapado en Burgos, no pudo coger el tren hacia la libertad. En Francia se reunirían los otros cuatro hermanos, Antonio, José (el pintor de la familia), Joaquín y Francisco. Se habían visto por última vez en Cataluña, etapa final de un largo periplo de ciudades que recorrería la saga Machado esquivando la guerra. Tras los Pirineos y convencido por su esposa, Francisco daría media vuelta y regresaría a España, donde, tras ser depurado, ejercería como funcionario de prisiones, pero ya no como director, por orden expresa de las autoridades franquistas.