UNA ÉPOCA DEMOLEDORA
La historia de León que fue sepultada
Desde finales del XIX a los ochenta, en León se sacrificaron decenas de edificios históricos
Las máquinas entraron a saco y abrieron una profunda sima en la tierra, para sacarle las tripas. Cientos de toneladas de tierra y, aparentemente, solo escombros. Corría el año 1970 y, para la mayoría de los leoneses, el aparcamiento de Santo Domingo era el progreso. A nadie le interesó en aquel momento el pasado que yacía oculto a pocos metros de profundidad. Ningún arqueólogo supervisó los trabajos. La ley era absolutamente permisiva. Las entrañas arrebatadas a la tierra fueron esparcidas junto al Torío, en una escombrera próxima a La Candamia.
Hubo quien aseguró haber visto cómo del gigantesco pozo abierto a los pies de Botines sacaban sarcófagos de piedra. Pero esta versión nunca ha podido ser probada. Lo cierto es que ya nunca será posible averiguar qué había bajo la magna extensión que hoy ocupa el parking de Santo Domingo. Las excavaciones en inmuebles aledaños, como el Banco Herrero, Botines o Pallarés hacen pensar a los expertos que aquí se asentaba la cannaba romana, es decir, el núcleo civil surgido a expensas del campamento, donde vivirían los mercaderes, artesanos y prostitutas; una población cuantitativamente importante, como lo prueba el hecho de que la mayoría de las lápidas romanas que hoy se conservan en el Museo de León honren la memoria de civiles. El aparcamiento también habría eliminado toda huella de la época medieval. De donde sí sacaron sarcófagos, de los siglos XV y XVI, fue del ‘cementerio’ que apareció junto a la iglesia de San Marcelo, con motivo de unas obras que se llevaron a cabo en los años 50.
Vacío histórico
A la historia de León le han «sustraído» piezas, de forma que el puzzle del pasado quedará definitivamente incompleto. La demolición de edificios notables y el «vaciado» de solares, a veces con premeditada malicia, han borrado las huellas de los antepasados. Las catas arqueológicas llevadas a cabo en Pallarés por el arqueólogo Fernando Miguel, en las que se recuperó un entarimado de madera romano, permitieron certificar las tres fases campamentales (ya nadie pone en duda la existencia de dos asentamientos militares anteriores a la Legio VII). Pero en otros solares devastados ha sido imposible averiguar qué hubo en tiempos pretéritos.
El primer villano
La destrucción del patrimonio es tan antigua como la propia historia. En León, el primer «villano» documentado es el caudillo moro Almanzor, que aniquiló la ciudad, arrasando las murallas. También los constructores de la catedral románica desmantelaron con esta obra las termas romanas. Años después, el templo es a su vez demolido para erigir en su lugar otro de estilo gótico. Pero es a finales del pasado siglo y principios del actual cuando las necesidades expansivas de la ciudad provocan auténticos estragos en el patrimonio. En esas fechas se tiran varios tramos de la cerca medieval, los cubos de la calle Carreras, parte de la muralla en la actual calle Ruiz de Salazar y se derriban una a una las puertas de la fortificación. La respuesta a tanto expolio es tan sencilla como incomprensible: se pensaba que lo antiguo era viejo y que hipotecaba el crecimiento de la ciudad. Curiosamente, en los planos de la ciudad del siglo XIX apenas hay casas adosadas a la muralla. Es a partir de esa fecha, cuando las edificaciones se comienzan a ‘adherir’ a ella, en muchos casos, engulléndola.
A golpe de piqueta
A mediados del siglo pasado también fueron eliminados el monasterio de San Claudio, el hospital San Antonio Abad, en la plaza de San Marcelo, el convento de Santo Domingo, en la plaza del mismo nombre, e incontables palacetes. Años más tarde, las edificaciones de la calle Monasterio —del que sólo conserva el nombre— destruyeron la necrópolis romana sobre la que se erigía el antiguo edificio conventual. Esta necrópolis romana llegaría hasta el jardín de San Francisco y el aparcamiento del actual edificio de Correos, ubicado sobre el antiguo hospicio del Obispo Cuadrillero.
La sede del Gobierno Militar se levanto, a su vez, sobre «las cenizas» del Palacio Real Trastámara. El crecimiento de la ciudad es simultáneo a la «masacre» del patrimonio. El actual jardín del Cid es, desde este punto de vista, un lugar maldito. Don Ramiro Díaz de Laciana y Quiñones, un notable caballero leonés, deja estipulado en su testamento que sus bienes se destinen a un convento e iglesia con 33 monjas agustinas recoletas. La fundación del convento, que pasará a denominarse de Nuestra Señora de la Encarnación y del Milagro, tuvo lugar el 27 de enero de 1661. Tres años más tarde concluye también la construcción de la iglesia. La desamortización provocará en 1868 la exclaustración de estas monjas, que buscan refugio en las carbajalas. En 1873 el convento se acondiciona como casa de beneficencia y en 1894 es convertido en Cuartel del Regimiento de Burgos 36. El edificio es derribado finalmente en 1967. En ese mismo año, García Bellido lleva a cabo tres sondeos arqueológicos. A cuatro metros se detectan restos romanos. En 1971 el viejo solar es acondicionado como jardín. Varios relieves de la vieja iglesia de las recoletas decoran hoy las paredes de la Diputación. Aquellas mismas monjas adquirirían en 1885 el convento de Santo Domingo, demolido a principios de los setenta para ser reemplazado por una gigantesca mole (el complejo de Santo Domingo).
En esta década y la siguiente, cuando la ciudad conoce un auge urbanístico sin precedentes, el patrimonio sufre un duró revés. Decenas de edificios construidos en esta época lo hicieron a costa de monumentos del pasado, eliminando así una historia que ya nunca podrá ser recuperada. Sin embargo, el caso de León no es, ni mucho menos, excepcional. En todas las ciudades se han cometido atropellos, algunos verdaderamente escandalosos.
El último palacio real
Un suntuoso arco mudéjar del siglo XIV y preservado en el Museo Arqueológico Nacional es todo lo que queda del último Palacio Real de León. Estaba ubicado en la calle La Rúa, en un solar en el que más tarde se construyó el Gobierno Militar y el hotel Conde Luna, hasta llegar al convento de las Concepcionistas. Se empezó a construir hacia 1370, en época de Enrique II y, aunque llegaron muy pocos restos al siglo XX, debido a continuas transformaciones, seguía un modelo de palacio de estética hispanomusulmana. Fue visitado —que esté documentado— por Fernando el Católico en 1493, con motivo del recibimiento de las reliquias de San Marcelo. En 1940 se procedió a demoler lo poco que quedaba del entonces ‘cuartel de La Fábrica’, la última de las funciones del edificio. Eran los tiempos en los que los edificios se tiraban sin contemplaciones y sin excavaciones arqueológicas.
Para los arqueólogos resultará prácticamente imposible resolver el enigma de qué restos habrían podido recuperar en los solares del casco antiguo «vaciados» en el siglo XX para levantar centros hospitalarios, escolares o viviendas. Decenas de espléndidas construcciones fueron víctimas de la piqueta para construir edificios de dudoso gusto, pero económicamente muy rentables para los promotores.
La Ley del Patrimonio Histórico Español, de 1985, frenó los «atentados»; y desde 1993, con la aprobación del Plan Especial del Casco Histórico de León, las excavaciones empezaron a ser preceptivas, aunque en las llevadas hace once años en San Isidoro, cuando se rebajó la altura del atrio, la Junta no permitió profundizar más de 45 centímetros, lo que bloqueó cualquier posibilidad de llegar a los estratos romanos. El entonces abad Antonio Viñayo, que falleció aquel 2012, se quedó sin saber si la colegiata se levantó sobre las ruinas de un primitivo templo romano dedicado a Mercurio.