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El leonés Félix de la Concha lleva ‘la nada’ a Lisboa

El artista desembarca en Arco con una impactante serie sobre cementerios

Las tres series que integran ‘Entrando en la nada sin saberlo siquiera’, de Félix de la Concha: ‘Vidas rotas’, ‘Trozos de un sendero de gloria’ y Vanitas vanitatum’. DL

León

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Un lugar llamado nada. Un territorio de ausencias. Elegía, de Philip Roth, comienza durante el entierro del protagonista, un hombre que sopesa las decisiones tomadas a lo largo de su vida. Este personaje sin nombre acostumbraba a visitar cementerios y observar cómo se cavan y se rellenan las tumbas. No lo hace movido por un sentimiento morboso, sino con la misma emoción distante con la que se contempla una tarde de otoño. Elegía ha sido un libro inspirador para Félix de la Concha. De ahí surgió Entrando en la nada sin saberlo siquiera, donde el artista leonés se adentra también en un cementerio. La composición está formada por tres series de cuadros: Vidas rotas, Trozos de un sendero de gloria y Vanitas vanitatum , que presenta a partir de hoy en Arco-Lisboa, de la mano de la galería madrileña Fernández Braso. Cada serie la conforman 20 cuadros. En la primera, De la Concha, que siempre pinta de natural, retrata los ángeles que coronan habitualmente las tumbas infantiles. En la segunda, un sendero —no de baldosas amarillas, sino rotas—, que conducen a la ‘gloria’, tal vez celestial. Y, por último, unas calaveras pintadas con la meticulosidad que el artista pone siempre en los detalles, una especie de ‘último retrato’ de una veintena de personajes. Escenas que De la Concha captó en el cementerio de La Almudena. En la serie Entrando en la nada sin saberlo el artista reflexiona e invita a reflexionar sobre la existencia y el tiempo.

El pintor leonés acude a Arco-Lisboa con otras dos series. Una gran panorámica de la entrada de San Marcelo a la M-30, que incluye un cambio de estaciones (de la primavera al otoño) y un conjunto de bodegones interiores, como el autorretrato del artista reflejado en un flexo o el célebre gato Félix, algunos pintados hace dos décadas. De la Concha, que ha sido casi un fijo en Arco Madrid, está entusiasmado por su participación en la edición portuguesa. «Portugal siempre ha sido un país con mucho interés por el arte», afirma. Tras presentar el año pasado una de las obras más fotografiadas de Arco, Ropa tendida, 300 pequeñas pinturas realizadas durante el confinamiento, en la edición de este año, mostró su obra Evolución temporal en Travelodge, de cuatro metros, pintada en 2011 en Ohio City. Este hotel de carretera a las afueras de Cleveland permitió al artista leonés jugar con el tiempo, a través del reflejo de las estaciones en el edificio, las luces y las perspectivas.

De la Concha destaca que irá a Lisboa «en muy buena compañía». Se refiere a los otros tres artistas que completan el cartel de la galería Fernández Braso: Cristina Almodóvar, Guillermo Pérez Villalta y Soledad Sevilla, de la que el Reina Sofía está preparando una retrospectiva.

La pandemia supuso un giro en la forma de pintar de De la Concha, un artista acostumbrado a los grandes espacios abiertos del medio Oeste americano. De retratar a los supervivientes del Holocausto a un rollo de papel higiénico. Su paisajismo intelectual y descriptivo dio paso a una nueva forma de contemplar el mundo. Todo un reto para un artista acostumbrado a pasar horas y horas a bajo cero pintando los inmensos paisajes de la América interior, como los que hizo para la exposición This is America o los de la serie Made in USA .

Tres de los últimos proyectos del artista han sido A contrarreloj, una serie inspirada en la mansión del magnate Henry Clay Frick, «posiblemente sea la casa histórica que mejor ha preservado su originalidad en Pittsburgh, porque, después de haberse mudado la familia a Nueva York, la hija y heredera volvió a la casa donde había pasado su infancia y legó una gran fortuna para que se conservara tal como ella la conoció»; Pórtico , un encargo del Museo Lázaro Galdiano, que le pidió una obra vinculada con la colección y él eligió la entrada original del caserón madrileño; y Maldito realismo , en Santander, donde De la Concha cuestionaba la relevancia de una pintura «algunas veces confusamente definida como realista».