CENTENARIO
Eugenio de Nora, a través de sus hijos
- Los actos del centenario del poeta finalizarán este miércoles con un encuentro en el ILC con la presencia de sus hijos, José y Eugenio, junto a José Enrique Martínez
Eugenio de Nora por Eugenio de Nora (aunque el nombre real sea Eugenio García Pac) es un hijo hablando de su padre . Como también lo podría hacer, o igual lo haga este miércoles si se anima, José García Pac, su otro hijo. Los actos en torno al centenario del poeta leonés nacido en Zacos, en Magaz de Cepeda, un 13 de noviembre de 1923, y fallecido en Madrid el 2 de mayo de 2018, culminan este miércoles con un encuentro en el salón de actos del Instituto Leonés de Cultura que será sentimental y con testigos directos de la figura de uno de los autores referentes de la denominada poesía social, que, por cierto, no era una clasificación que le gustara porque prefería definir como poesía comprometida , o de desarraigo, lo que pudiera unir a estos escritores en concreto que abundaron en la resistencia intelectual .
De todo eso se hablará en un acto que desde las 19.30 horas remata los miércoles dedicados a Eugenio de Nora y que contará con José Enrique Martínez, coordinador y gran impulsor de esta puesta en valor del poeta cepedano, y su hijo Eugenio García Pac, que haciendo gala de una máxima modestia ya decía este martes que «lo único que puedo aportar es que fui su hijo, como mi hermano. Espero no bajar mucho el nivel del acto».
No será así porque Eugenio García Pac, de nombre de pila como su padre, lo que recuerda y le ocupa la mayor parte de su memoria es esa figura paterna, familiar, de un hombre sereno, profesor universitario en Suiza, de alto prestigio cultural, luego en Madrid, autor de la monumental La novela española contemporánea (1958-62), premio de las Letras de Castilla y León en 2002, fundador junto con Antonio González de Lama y Victoriano Crémer de la revista Espadaña en 1944 y, con todo y ante todo, padre.
No hay hermetismo en Eugenio García Pac sino sencillez que le lleva a tratar con naturalidad, como si no fuera importante ser descendiente de quien es, lo que le une a este León actual que junto a su hermano sigue siendo lugar de visita en ese ya mítico molino de San Andrés, residencia de verano de los De Nora. Ese sitio tan real como lugar de la memoria atesora los recuerdos del poeta, autor de Cantos al destino (1945), Pueblo cautivo (1945-1946), histórica obra que publicó de manera anónima y en donde materializa su compromiso antifranquista, Amor prometido (1946), Contemplación del tiempo (1948), Siempre (1953) o España, pasión de vida (1953), junto a trabajos posteriores.
«El molino de San Andrés es el recuerdo de ese paraíso de la infancia que teníamos en León. Mucha vida social ahí no hacíamos, porque éramos felices en la finca. Pasábamos los días disfrutando. En la presa, con las ranas, los peces, las culebras, los perros que tenía mi abuelo...», rememora Eugenio. Y ese recuerdo en presente se convierte en cierto desasosiego: «No nos deshacemos de él por ese respeto a la memoria. Pero realmente es un quebradero de cabeza y una fuente de problemas», asegura.
Reconstruyendo a Eugenio de Nora, sus hijos serán los mejores intermediarios. Para saber, como contaba a este periódico Eugenio hijo, que «mi padre sí cambio en esa evolución de poeta joven a mayor. Por eso no les gustaban ciertas etiquetas», explica. Y es que hay también espacio ahora en este centenario para subrayar una poesía de De Nora que es existencialista, de amor, que directamente busca otros caladeros creativos.
«Mi padre era casero. Pero pienso que más que porque le gustara estar en casa, porque así encontraba tiempo para leer, que era lo que más anhelaba. Estar con nosotros, con mi madre (la oscense Carmina, Carmen Pac Baldellou) y leer, era lo que más le gustaba. No tenía más iniciativa», relata. De hecho, en ese momento, De Nora hijo rescata una anécdota de unos ejercicios con frases en alemán que estudiaba su padre y surgía la frase de una mujer que le decía a su marido: ¿Y tú, qué iniciativas tienes? «A mi padre eso le hacía sentirse aludido», recuerda con humor. Y realmente fue así: «Nunca nos obligó a nada. Respetó nuestras decisiones. De hecho, la lectura nos la inculcó mi madre, que era una gran lectora y una estupenda contadora de historias. Mi madre nos contaba una película y automáticamente te apetecía verla. Te las explicaba y las mejoraba», asevera. Fue una vida en Suiza. En Berna, en concreto después. Y luego en Madrid. La vida de un hombre que no daba órdenes . Aunque ellos guardan este apunte: «Recuerdos muy valiosos. Infancia/juventud de papá. No tirar jamás», pone ese papel. Y en ello están. No tirar la vida.