MEDIO SIGLO DE POEMAS INÉDITOS
El canónigo que escribía en secreto poesía
Gómez Rascón, director del Museo Catedralicio, lleva toda la vida escribiendo poesía en secreto
«No me considero un poeta», confiesa. Máximo Gómez Rascón , director del Museo Catedralicio y Diocesano, autor de libros de referencia sobre las vidrieras, el coro o el trascoro de la Catedral de León, descubre, a sus 82 años, una faceta inédita, la de poeta. Durante medio siglo escribió poesía en secreto. Ahora, publica Sillares de cristal. Toda una vida de poesía (Mariposa Ediciones).
Esta ópera prima reúne apenas una décima parte de los más de mil poemas que Rascón confiesa haber escrito «en el monte, a la orilla del río o en casa». El poeta leonés Antonio Manilla ha tenido que emplearse a fondo para seleccionar entre la ingente producción poética del que fue responsable del Patrimonio de la diócesis de León. El autor le dio libertad plena, incluso, para ‘cortar’ algunos de los poemas más largos, de 20 páginas de extensión.
«La poesía tiene que volar», sostiene este canónigo de la Catedral de León. «La poesía tiene unas alas que no se pueden cortar».
La poesía
Máximo Gómez Rascón, nacido el 14 de abril de 1941 en La Mata de Monteagudo. Aquella España de hambrunas y miseria le quedó profundamente grabada. «Me tocó una época muy difícil, con hambre, cierres de minas y emigración. Lo cuento sin acritud en los poemas, aunque me marcó mucho».
Cuando cursaba el Bachillerato fundó la revista Gritos de Guitarra con sus compañeros Ángel Fierro y Agustín Delgado. Los tres fueron, años después, el núcleo fundador de la mítica revista Claraboya . «Soy un hijo de Claraboya », reivindica.
«Yo estaba entonces interno en el Seminario, pero seguí escribiendo lo que me apetecía, sin pensar en publicar». A veces, algún amigo encontraba uno de sus cuadernos poéticos perdido en el monte. En sus inicios, Rascón hablaba en sus versos de la vida de los pueblos. «Escribí mucho sobre ello, pero desde un cariz humano».
Infancia imborrable
Luego llegaron muchas responsabilidades como conservador del Patrimonio de una diócesis extensa. Tuvo que concentrar todos sus esfuerzos en evaluar e inventariar los bienes de cientos de iglesias y poner en marcha una colección que, hasta que él llegó, no merecía el nombre de Museo de la Catedral.
Pese a todo, siguió encontrando algunos momentos para escribir poemas, religiosos —pero no místicos—, sobre el contacto con la naturaleza y también profundamente humanos.
Hace cinco años el poeta Ángel Fierro volvió a insistir en que tenía que publicar sus poemas. Cuando sobrevino la pandemia, Fierro le pidió que pasara al ordenador toda su producción poética, acumulada en un puñado de cuadernos. «Se la entregué y le dije que hicieran lo que quisieran».
Manilla le propuso, entre otros, el título Sillares de cristal. «Me pareció que me había calado». A Rascón no le preocupa que su poesía guste. Su interés es «que sea un testimonio verídico de lo que pensaba en aquella época».
Manilla ha elegido poemas de tres épocas: de los años 60-65, cuando Rascón estaba en el Seminario y fundó Claraboya; de los años 68-80; y desde los 80 hasta 2015, cuando dejó definitivamente de escribir poesía.
Sonríe si piensa todos los poemas que ha roto y tirado a la papelera, aunque escribía para él. Autor de formación clásica, los versos de Rascón destilan las influencias de los poetas de la generación del 98 y de la del 27. Entre sus escritores favoritos cita, en primer lugar, a Rilke. «Me impresionó desde el primer momento». También, Tagore, Juan Ramón Jiménez, Machado, Rubén Darío, Vallejo, Guillén y Salinas. Por supuesto, los leoneses Antonio Gamoneda y Antonio Colinas; y Manilla y los nuevos poetas jóvenes leoneses. La lista es interminable, a la que añade la poesía oriental, que le gustaba en sus inicios como poeta, así como los autores hispanoamericanos y, algo menos, la poesía social de posguerra.
No descarta publicar otro poemario en el que reúna la poesía religiosa, que él define como conceptual. Confiesa que escribe «del tirón», aunque luego también corrige. Es consciente de que algunos de los poemas antiguos merecerían alguna corrección, «pero no quería tocar nada». Piensa que a algunos les puede parecer una poesía anticuada, aunque los que la han leído defienden que tiene plena actualidad.
Al valor sociológico innegable de sus poemas hay que sumar el literario. En Sillares de cristal resuenan —con la presencia subyacente de un pensamiento en clave de trascendencia— los logros de los poetas «cultos» que Gómez Rascón ha leído con aprovechamiento, entre los que es fácil detectar el gusto por la esencialidad de Antonio Machado, la mirada impresionista del primer Juan Ramón Jiménez o el neopopularismo y las metáforas de García Lorca.
Rascón asegura que su afán es seguir investigando sobre la Catedral y divulgar los tesoros de la Pulchra. La poesía es capítulo aparte.