«No concibo la literatura en la que el autor no se desnuda»
Desde hace un tiempo, Olleros de Sabero cuenta con un nuevo vecino. Aurelio Loureiro, uno de los autores leoneses de mas larga trayectoria, ha encontrado en el valle el lugar adecuado para escribir, un espacio perfecto de reflexión e intimidad para compartir con sus personajes
—‘La blanca orilla’ es tal vez tu obra mas personal y seguramente nunca te imaginaste escribiéndola… ¿necesitabas hacerlo?
—Ya en Te alquilo el cielo había mucho de mí y del asunto que me ha llevado a escribir La blanca orilla . En aquella el protagonista es el niño, el adolescente que yo era bajo el volcán del carbón que se cernía sobre mi destino de hijo de minero. En ésta el protagonista es el niño, el adolescente, mi hijo, que creció bajo el volcán de la enfermedad y la muerte. Es cierto que nunca me imaginé escribiéndola; sobre todo cuando pensaba que los tres éramos inmortales. Pero, al cabo, me alegro de haber tenido la necesidad inexcusable de escribirla. De lo contrario no habría podido escribir ni una sola línea más.
—No debió de ser fácil, en el proceso de escritura, tener que volver a vivir momentos tan duros por los que tu familia pasó.
—Los momentos duros los sigues viviendo, aunque no los escribes. Al menos, como me ha dicho algún lector, yo disponía de la capacidad de escribirlos y fijarlos de alguna manera en la memoria para que no siguieran revoloteando a mi alrededor. Escribir es retar al olvido, que, como sabemos, es un arma de doble filo: cuanto más te hiere más te cura. Fue duro sobre todo escribir la ausencia y cómo a partir de esa ausencia el mundo se vuelve loco y de nada sirve gritar. Escribir es alargar el grito.
—Y supongo que sería complicado decidir contar algo tan personal al público general, y seleccionar qué momentos de aquella etapa se quedaban fuera de la obra, solo para ti.
—No concibo la literatura en la que el autor no se desnuda de alguna manera. Por otra parte, es difícil no pensar en que alguien crea que hay un punto de exhibicionismo o, en último término, un afán de revancha. En algún lugar digo y trato de explicarlo que es casi imposible escribir contra algo o contra alguien y que no suene a mentira e impostura. Cuando alguien se desnuda no se desnuda contra nadie o, en todo caso, se desnuda contra sí mismo. Sólo unos cuantos escritores han sido capaces de escribir contra la muerte y la muerte es de lo que se trata.
— Los que te conocemos, reconocemos buena parte de la novela, pero también en ella hay espacio para la ficción, ¿verdad?
—Siempre he dicho que la vida de cada uno está formada a partes iguales de realidad y de ficción, lo que no quiere decir que haya mentira en esa suposición. La memoria es un conglomerado de sucesos vividos y de experiencias soñadas y tanto los unos como las otras hacen posible que se construya un muro contra el olvido que nos ayuda a soportar el paso del tiempo. La enfermedad es una interrupción de la vida que crea a su alrededor un espacio de ficción en el que pierdes las pautas de la realidad y la costumbre y te tienes que adaptar a unas nuevas reglas. Aunque no seas el enfermo propiamente dicho, pierdes las referencias o, peor aún, la única referencia es la presencia inexcusable de la muerte. En lo referente a La blanca orilla , la realidad es lo que respecta a la historia y ficción lo que se refiere a la literatura. Una vida completa.
—‘La blanca orilla’ es una obra llena de dolor, un dolor con muchas caras en función de quien lo siente e incluso de quien se lo apropia. ¿Esa reflexión sobre el dolor a la que nos llevas a los lectores, es una de las asignaturas pendientes de la sociedad ante la enfermedad?
—Es lógico sentir dolor cuando una persona querida muere, sobre todo si el tránsito hacia la muerte es largo y tortuoso como una enfermedad que no da respiro. Es lógico y, aun diría, un derecho; el único que tenemos contra el sufrimiento de la enfermedad y la «sorpresa» de la muerte, aun cuando se trate de una muerte anunciada. El dolor no es tangible, ni mensurable, ni propiedad de nadie en particular; pero si se administra mal es muy capaz de inducir a cometer auténticas atrocidades. El dolor es inevitable y creo que está bien que así sea, siempre y cuando no lo conviertas en arma arrojadiza. Nadie tiene la potestad del dolor. En cuanto a lo de asignatura pendiente no lo sé; pero creo que si nos atreviéramos a nombrar la enfermedad (CÁNCER) y a dejar de ver la muerte como un misterio, cuando es el menor misterio de la vida, el dolor quizá no desapareciera, pero se emplearía mejor.
—Una novela intensa, profunda, que requiere una lectura reposada y que te obliga a parar y repensar lo leído. ¿Hay en ella un grado alto de ensayo, mas que de novela, sobre la enfermedad y la muerte?
—Quizá fuera un ensayo si me hiciera preguntas con la intención de obtener respuestas. Pero he partido de la gran anomalía de hacerme muchas preguntas con la seguridad de no obtener respuestas. Es quizá un mensaje lanzado en una botella al océano y esperar que quizá algún día la botella llegue a mis pies y que en el tránsito alguien haya escrito la respuesta. No lo sé. De momento me entrego a los lectores que se acercan a mí y me dice algo, a las palabras que empiezan a rodearme de nuevo, a los gestos y a las risas. No necesito más respuestas; aunque, supongo porque eso es la literatura, seguiré haciéndome preguntas.
—¿Ha habido en su escritura un deseo de rectificar lo que en su momento no se pudo hacer ¿Y un reconocimiento a un niño, que, sin querer serlo, fue el gran damnificado de esta historia?
—La muerte te sitúa ante un gran precipicio. Puedes lanzarte al vacío o saltar. Eneo, el protagonista de la novela, elige saltar, por él y por su hijo. Yo sólo le ayudé con la único que tenía a mano: la literatura. Rectificar es imposible. Es mejor hablar, todos los días, a todas horas. Y, a veces, escribir. Mi hijo tiene mi reconocimiento desde que nació.
—¿Como ha sido la respuesta de los lectores, especialmente de los que han vivido situaciones similares a la tuya?
—Es fácil de contestar: me ha removido, conmovido y, al final, reconfortado. Es difícil hablar de las emociones; pero ahí están y me halaga que las compartan conmigo.
—Has regresado a Olleros, a tu pueblo, a escribir y también a participar activamente en su vida cultural, con talleres de lectura y escritura en el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León…¿cómo está siendo esta nueva etapa en tu vida?
—Estoy muy contento con la experiencia. La verdad es que cuando he venido a Olleros en distintas circunstancias siempre he recibido cariño. Yo diría que no sólo en Olleros sino en todo el Valle. Si en un lugar al que vuelves, después de bastante tiempo, te tratan como si hubieras estado el día anterior, puedes estar tranquilo: nada malo puede suceder. El resto son minucias.