Ibarrola: adiós al vasco comprometido
El artista que conjugó vanguardia y compromiso con la libertad falleció ayer a los 93 años, después de una vida volcada en la creación y en la lucha contra la injusticia
Agustín Ibarrola (1930-2023) encarna con transparencia el ejemplo del artista comprometido que atravesó todo el siglo XX, cuando comprometerse significaba jugarse la vida. Su muerte este viernes a los 93 años subraya un capítulo esencial en el arte vasco. El artista falleció en el hospital de Galdakao (Vizcaya), donde iba a ser intervenido después de que hace unos días se rompiera la cadera tras sufrir una caída en su caserío del valle de Oma. Era el único artista que permanecía con vida de una generación que despegó en los años cincuenta, también en el ámbito internacional, y que incluye a Eduardo Chillida, a su gran amigo Jorge Oteiza, a Néstor Basterrechea o a Juan Antonio Sistiaga.
Si su militancia comunista le llevó a la cárcel varias veces, en Burgos y Basauri, manifestarse contra ETA tuvo como efecto amenazas de muerte y ostracismo, del que solo se recuperó hace unos años. «Me considero artista y ciudadano, aunque me han llamado de todo», comentaba con una mezcla de ironía y rotundidad Ibarrola cuando estaba a punto de cumplir los 80 años.
En 2011 celebró una exposición en la galería Aritza de Bilbao. Coincidió con el cese definitivo del terrorismo. Hacía una década que no exponía. «No me sentía con ganas. Tenía miedo de que destruyeran la obra. Y temía por mí pero sobre todo por la galerista y por todo lo que podían perjudicarla», confesaba.
Ibarrola dejó la escuela a los 11 años para trabajar en un caserío de Basauri. «Solo tenía tres horas libres los domingos, y como no me daba tiempo a salir lejos, subía al monte, cogía tejas blandas y con ellas dibujaba en las rocas animales y todo lo que se me ocurría. Luego, a los 14 años, entré en una zapatería industrial en Bilbao, empecé a ver exposiciones y enseguida me puse a pintar en unos grandes lienzos que me hacía mi madre cosiendo retales de sábanas. Un pinche de la fábrica hacía rifas con mis cuadros y así me podía costear el material. A los 18, tuve mi primera exposición», recordaba.
La muestra a la que se refería se desarrolló en la Sala Stvdio de Bilbao. Solía pasarse por esta galería sin que le tomaran en serio hasta que el ‘aldeanito’, según definición del propio Ibarrola, les llevó algunas de sus obras. Enseguida le montaron una exposición, inaugurada en diciembre de 1948. Un primer paso que le llevó dar un gran salto. Por medio de una carta de Gregorio de Ybarra, entonces vicepresidente de la Junta de Gobierno del Bellas Artes, accedió a las clases en Madrid de Vázquez Díaz, pensadas para que los alumnos buscaran su personalidad más allá de los modelos establecidos. Rafael Zabaleta, Rafael Canogar y Jesús Olasagasti fueron compañeros de clase.
«Mi padre era uno de esos talentos guiados por el instinto, con un trazo muy enérgico. La burguesía culta de Bilbao de entonces apostó por él. Ahora es imposible que se produzca un tutelaje de ese tipo. Todo está más estipulado, más tasado por las modas», reflexionaba su hijo, el también artista Jose Ibarrola, en el 90 cumpleaños del creador que convirtió en arte el Bosque de Oma.