La importancia de llamarse Juan del Enzina
- Hace 500 años de la llegada a León de Juan del Enzina. El IES del mismo nombre, junto con el Ayuntamiento, lo conmemora con una placa en referencia a aquel 1523. Un nombre clave del Renacimiento tan presente en la ciudad como olvidado
Más que en el imaginario colectivo, el nombre de Juan del Enzina está en León hasta en la sopa de letras del callejero. Como dirección y referencia, y eso que compite a escasos metros de otros puntos de encuentro de categoría de la ciudad. Pero el nombre que todos asocian a un instituto, antes fue hombre. Un busto a la entrada del centro lo delata y define. Y una placa colocada este diciembre dice que hace 500 años que Juan del Enzina llegó a León, que lo ponen los libros, porque todo este asunto de ciudad es antes una cuestión de libros, música, historia, poesía, dramaturgia, esencia cultural. Y así que pasen cinco siglos: 1523-2023. Detrás de ese edificio, que podría ser un viejo trasatlántico de tres plantas varado en Santo Domingo, todo un sitio en el que sin moverse transporta a sus pasajeros por los lugares recónditos de la educación, está el intelectual que fue Juan del Enzina.
A pie de campo, a la salida del instituto, acierta una joven, con toda la inseguridad del mundo, preguntando: «¿Escritor?». Sí, pero mucho más. Antes de seguir, son un grupo de escolares de ESO que atienden a alguien que pregunta libreta en mano y que ofrecen una educación que merece ser elogiada por respeto y simpatía ante la conversación sorpresa improvisada.
Así que de primeras un diez para ellas. Es más, incluso con el cero en Juan del Enzina, que asumen sin rechistar, hacen una petición: «¿Pero no puedes poner nuestros nombres?» Son menores y aunque ahora haya todas las posibilidades para todo, mejor hablemos. ¿No hay un día al año en el que vuestros profesores os cuenten quién fue el que da nombre a vuestro instituto? Estaría bien, ¿no? «Pues sí».
«Tenía algo de importancia», apunta una de las alumnas a la salida de clase, ya a las dos y media de la tarde, en donde se forman algunos grupos que charlan mientras otros salen pitando se supone que para sus casas, a comer y seguir las actividades de una semana normal escolar.
«Lo único que sé...», comienza de forma prometedora otra de las alumnas. «¿Cómo se dice? Un día de estos le van a recordar», remata. Y sí, el IES Juan del Enzina sí tiene en cuenta la historia de quien le da nombre propio y conmemora el quinto centenario de la llegada a León de Juan del Enzina en 1523. Estaba previsto para mañana un acto de descubrimiento de la placa, que ya se encuentra a escasos metros del busto del músico, escritor y dramaturgo del Renacimiento español. El grupo vocal Ancaita iba a actuar pero el concierto se ha suspendido ante la afección gripal de sus componentes. El asunto queda pospuesto para enero. Es decir, ese «recordar» al que aludía la joven buscando la palabra ‘homenaje’ en su vocabulario, se hará.
Quién fue Juan del Enzina no es, parece, uno de los temas mejor estudiados por los escolares pero tampoco por los mayores. «Google seguro que lo sabe», dice con acierto otra de las chicas que quieren salir mencionadas por aquello de que «así mañana somos famosas», expresan al unísono.
Otro grupo, en este caso de chicos y chicas, tampoco sabe quién es Juan del Enzina pero asumen con curiosidad la anécdota de que sea quien da nombre a su instituto. «Es que algunos de nosotros somos nuevos», lanza, por si cuela, uno de ellos. El punto no sube al marcador pero ellos mismos reconocen que algo deberían saber.
Priorato en la catedral
En realidad, Juan del Encina, según la grafía actual, o Juan del Enzina, en la de su época, se llamaba Juan de Fermoselle. Nació no se sabe dónde en 1468, aunque hay pistas que situarían su nacimiento en Salamanca, donde precisamente pidió ser enterrado. Murió en León en 1529, donde vivió sus últimos años gracias al priorato de la Catedral de León que le concedió el Papa León X.
También se le puede identificar con las características de hombre renacentista, puesto que las cumplía con creces: gran músico, gran voz, considerado uno de los iniciadores de la dramaturgia española y uno de los exponentes cumbre de la polifonía tanto religiosa como profana. En sus biografías se destacan esas virtudes como motivo más que suficiente para que gozara de la protección de los papas, como ese último que le traslada a León.
Dice el Instituto Cervantes (que de esto sabe un poco más que Google) que «desde 1490, que se sepa, y con ocasión de su ascenso a capellán de coro en la catedral salmantina -formaba parte del mismo desde 1484-, cambió el apellido paterno de Fermoselle por el de Enzina con el que pasaría a la posteridad. Las razones del cambio quedaron ocultas, pero hay quien las liga al matronímico, sin olvidar la búsqueda de una especial resonancia clásica transmitida por el árbol emblemático de la Edad de Oro».
La ciudad eterna
Roma fue, tal vez, su lugar vital más importante: «Su confesión personal de la Trivagia (vv. 105-110) tampoco deja lugar a dudas sobre cómo pudo influir el ambiente disipado y hedónico de la Ciudad Eterna por aquellas fechas de la madurez enciniana: Retraxe en mí mesmo mis çinco sentidos / que andavan muy sueltos, vagando perdidos, / sin freno siguiendo la sensualidad...», rescata el Cervantes.
Abandona Roma y se refugia en la Catedral de León con el priorato otorgado por León X. Aquí fue enterrado, tras morir a finales de 1529 o principios de 1530, para pasar definitivamente a reposar, cuatro años después, en la catedral salmantina por deseo expreso recogido en su testamento. Última voluntad que, al parecer, hizo cumplir su hermano Miguel en 1534.
Algo más sabrán ahora Lucía, Marta, Ada, Eva...