El leonés Javier Pérez viaja a la Francia nazi
En ‘La libertad huyendo del pueblo’ un pintor español se ve obligado a saquear pinacotecas francesas con los alemanes
«Las respuestas no importan. Importan determinadas preguntas». Con esa convicción y con su contundente sentido del humor, marca de la casa, el escritor leonés (nacido en Zamora) Javier Pérez ha dado forma en las dos últimas décadas a un nutrido grupo de novelas en las que los géneros histórico y policiaco conviven con la sátira. La libertad huyendo del pueblo (Homo Legens) es su último vástago, un viaje cargado de humor ácido donde los lectores acompañarán en sus aventuras a un pintor español exiliado en París que se ve obligado a colaborar con los nazis para saquear los fondos pictóricos del país galo.
La pregunta que dio pie a esta novela fue muy concreta: ¿Por qué los franceses comenzaron a evacuar el Louvre en julio de 1938, meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial? A Javier Pérez le dejó sobre la mesa ese envite una de las muchas personas a las que entrevistó en los años 90, cuando estaba investigando sobre la República de Weimar y los orígenes y ascenso del nazismo. Tras constatar que así sucedió, se lanzó a imaginar qué podía haber detrás de aquel movimiento, y así comenzó a cobrar forma El funcionario de propaganda , una novela llamada a ser un thriller sobre el expolio y el tráfico de obras de arte.
Cuando la tenía a medio escribir, todo se fue al traste al destapar la prensa el caso Gurlitt , un hombre con síndrome de Diógenes que durante más de 60 años ocultó cientos de obras maestras (cuyos autores iban desde Picasso a Matisse, Chagall o Renoir) valoradas en más de mil millones. «Yo quería hablar de un funcionario de propaganda que robaba cuadros, pero salió a la luz el caso Gurlitt , que fue algo bestial, con unas proporciones increíbles. ¿Cómo podía seguir adelante con mi novela cuando la realidad ya me había superado? Tuve que apartar esa idea y decidí centrarme en una trama donde se hablara más de la vida diaria durante la ocupación que de los propios funcionarios de propaganda, que fueron muy importantes», resume a Ical.
Fue entonces cuando llegó a Pedro Ríos, el protagonista de La libertad huyendo del pueblo , un trasunto de Dalí y Picasso, a través del cual narrar el día a día de la vida en Francia durante la ocupación nazi, un periodo que «no duró quince días, sino que se prolongó durante cuatro largos años, y la gente tenía que vivir». «Nunca se ha podido probar si Picasso fue un colaboracionista, pero no deja de resultar curioso que él fuera un comunista español que se exilió en Francia porque no podía soportar el franquismo, y cuando llegaron a Francia los nazis se tiró allí cuatro años viviendo a cuerpo de rey sin ningún problema», desliza.
Con esos mimbres entró en escena otro elemento clave que no dejaba de rondar la cabeza del autor: ¿Cómo pudieron organizar los nazis, a nivel administrativo, la estructura de mando en los países que iban ocupando? «Francia tenía entonces 70 millones de habitantes, pero tras invadir Polonia tomaron Dinamarca, Bélgica, Holanda y Francia, que juntos sumaban mucha más población que la propia Alemania. Si tenías a tus altos mandos y a la mayor parte de tus hombres en el frente, ¿de dónde sacabas a la gente para nombrar gobernadores? En ciudades grandes podías poner a políticos nazis importantes, pero en las ciudades pequeñas podía acabar ocupando el puesto María Santísima, aunque fuera de la oposición, porque no tenían otra opción. Eso te va marcando en cierto modo el tono de la novela», explica.
Pan y circo
Además, otro elemento decisivo de la trama es el uso que los nazis hicieron del mundo del espectáculo para evitar que el pueblo francés se uniera a la Resistencia, una realidad documentada en ensayos como Y siguió la fiesta , de Alan Riding, que refleja las actividades del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda. «Los nazis gastaban mucho dinero (que robaban a mansalva) en actividades culturales. Se dedicaron por todo el país a fundar teatros, coros, abrir cines, cabarets, publicar libros, dar conferencias y organizar conciertos todos los días y a todas horas. Ellos tenían la tesis de que si la gente está entretenida, no se uniría la Resistencia. Y estaban convencidos de que si los artistas trabajan mucho y viven bien, comerían de su mano mientras ejercían como altavoz en la sociedad para transmitir sus ideas», reflexiona.
Pérez desvela su teoría de que, en su opinión, «el comunismo es un aquelarre del racionalismo. Es decir, es el racionalismo llevado al extremo», mientras que el origen del nazismo estaría en el romanticismo, en una «sobreexposición a las fuerzas irracionales del alma humana». «El romanticismo alemán, el Sturm und Drang, habla de eso. El nazismo surge de ahí culturalmente», señala antes de recordar los vínculos nazis de compositores como Richard Strauss ( Así habló Zaratustra ) o Carl Orff ( Carmina Burana ).
Sátira y Signal
En La libertad huyendo del pueblo conviven dos de las pasiones del autor: el contexto histórico del nazismo (que ya abordó en su trilogía La crin de Damocles , La espina de la amapola y El gris ) y la novela satírica (que ha cultivado en obras como El secuestro de un candidato ). Su pasión por cuanto rodeó el despertar de la Alemania nazi procede, según cuenta, de su infancia en La Bañeza, cuando tenía a su alcance en la biblioteca pública del municipio leonés una vasta colección de la revista de propaganda nazi Signal .
Además, decisivo fue también saber, con ocho años, que un tío abuelo suyo había luchado junto a los nazis frente a los comunistas durante el conflicto: «Recuerdo estar en casa viendo una película de americanos y alemanes, y decir que los americanos eran los buenos. Él me enseñó una foto con su uniforme alemán y su casco, y me dijo: ‘Los buenos éramos nosotros, coño’. Resulta que había combatido en la División Azul, pero lo mejor es que no se alistó por razones políticas, ni siquiera porque necesitara comer, sino porque estaba mal casado y no quería volver a ver a su mujer».