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Salvador Dalí: el personaje que eclipsó la obra

Se cumplen 35 años de la muerte del genio egocéntrico e icono del Surrealismo

Imagen de archivo de un cartel de una exposición de Dalí. SERGEI ILNITSKY

Publicado por
León

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Salvador Dalí falleció en la misma tierra que le vió nacer, Figueras, el 23 de enero de 1989, hace ahora 35 años. Egocéntrico y narcisista como pocos, Dalí fue icono y referente del Surrealismo, así como un personaje tan voluble y contradictorio como polémico. Parte de la inmensa popularidad que gozo en vida se debió a sus impostadas excentricidades públicas que llegaron incluso a eclipsar su impresionante obra.

Artista polifacético, pintor, escultor, diseñador, escritor, (se creía mejor escritor que pintor) cineasta y provocador nato, fue dueño de un estilo original, rompedor, tan propio, del que él mismo llegó a decir «el surrealismo soy yo», una personalidad arrogante y narcisista que le granjeó no pocas enemistades.

Fue expulsado de la Academia de las Bellas Artes de Madrid donde estudiaba al asegurar que nadie tenía el nivel para examinarlo y después del movimiento surrealista creado por André Bretón, que no lo soportaba, y no sólo por sus comentarios ideológicos apoyando a los fascismos sino por esa imagen de bufón delirante y exhibicionista, ávido de dinero, avida dollars, como le apodó Breton.

Si en Madrid, en la Residencia de Estudiantes conoce a García Lorca y a Buñuel, durante su estancia en París, a Picasso y Miró. Gracias a este último se une al grupo surrealista y es allí donde conoce a la que se convertiría en su esposa, Gala, entonces casada con el poeta Paul Éluard. Su boda con Gala le lleva a romper con su padre, notario y hombre conservador, que le recriminaba su vida disoluta. Sin embargo, nada afecta a su producción y es cuando realiza el célebre cuadro La persistencia de la memoria (1931), en el que una extraña criatura inerte (él), reposa sobre la arena bajo unos relojes que se derriten.

PARANOICO-CRÍTICO

Una de las personas que mejor conocen la obra de Dalí, Montse Aguer, directora de la Fundación Gala-Dalí, resalta que «existen múltiples dalís en su trayectoria, debido a su diversidad, a su dicotomia como dibujante, diseñador, pensador, escritor, creador de escenografías para cine y teatro». «Un artista que se inventó su propio método artístico, el paranoico-critico, que crea para plasmar la realidad con su otra realidad, la de los sueños». Dalí quiere ir más allá de la realidad visible, llegar a los instintos, a las obsesiones, las filias, las fobias...

En efecto, son sus obsesiones personales las que conforman la mayor parte de sus obras en la que se sirvió de las técnicas del realismo ilusionista más convencional para impactar al público con sus insólitas e inquietantes visiones, que a menudo aluden a la sexualidad, a una quizás no resuelta: El gran masturbador (1929).

Estaba claro, nunca encontraría ni el equilibrio ni la paz, por lo que decidió ser excesivo en todo, interpretar personajes y sublimar su caos en un vendaval de fantasías que iban de lo humorísticos a lo sórdido, incluido el mal gusto y lo cruel. En su obra, la razón es sustituida por el delirio y la locura se establece como un estado de normalidad, frente a un mundo estético lleno de insatisfacciones y límites. Y sin abandonar el concepto tradicional de belleza, incluye lo grotesco y lo feo.

Fue sin duda un hombre de una imaginación desbordante que quería interactuar con el espectador de sus obras. Su egocentrismo le llevó a concebir un museo para celebrar su figura, su Teatre-Museu de Figueres, una maravillosa y abigarrada confusión de la que hace partícipe al público y uno de los museos más visitados de España.

Exhibicionista compulsivo

Es un artista que siempre fascina a los jóvenes. Se sienten atraídos por sus excentricidades, por sus exageradas puesta en escena, por el cromatismo de sus paisajes, sus relojes blandos, esa Gala que se transforma en Lincoln o un asiento con forma de los labios de Mae West, ideados para sentarte y tomarte una foto.

Pero quizá la herencia más evidente de Dalí es la creación de un artista al margen de la normalidad que construye un mundo propio para acaba por influir en la estética popular. Su vida parecía en ocasiones un auténtico reality show donde representaba verdaderas performances propias del exhibicionista compulsivo que era: «Mis excentricidades son actos concentrados, deliberados. No son ninguna broma, sino lo que más cuenta en mi vida».

Después de haber estado en la vanguardia de tantos ismos contemporáneos, sintió atracción por la cultura de masas y abarcó otros campos como el diseño de objetos de la vida cotidiana, a veces realizados con un voluntarioso mal gusto. En ese sentido, se puede decir que Dalí fue precursor de la estética kitsch. Suyo es también el logotipo de chupa-chups. Y en cuanto al cine, otra de sus pasiones, colaboró con Luis Buñuel, en la impactante película surrealista, Un perro andaluz (1929), debiéndose a él las escenas más determinantes, las actitudes más rupturistas y vanguadistas.