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JUAN PABLO RODRÍGUEZ FRADE

ARQUITECTO DE LA REFORMA DEL MUSEO DE SAN iSIDORO

«La sala del cáliz es un espacio único en el mundo»

Juan Carlos Rodríguez Frade junto a la espectacular escalera que diseñó para el museo. FERNANDO OTERO

León

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Juan Carlos Rodríguez Frade (Madrid, 1957) ha llevado a cabo la reforma y ampliación del Museo de San Isidoro. En su intervención ha tratado de mantener la ‘atmósfera’, ha empleado materiales sunukares a los originales del edificio y ha reintegrado al museo los hallazgos arqueológicos. Confiesa que se siente feliz. Pero durante cinco años tuvo que ir adaptando su proyecto a un edificio lleno de sorpresas.

—¿Cual es su espacio favorito de San Isidoro?

—Por supuesto, el Panteón Real, que sigue siendo la joya de la corona; por eso, en el recorrido del museo, lo hemos situado como colofón de la visita.

—¿Y cuál es la joya de la corona de su intervención?

—El mayor acierto ha sido conseguir nivelar todos los espacios, por la comodidad del recorrido y por la accesibilidad; y la escalera, que ha sido un elemento complicado de hacer, pero que responde muy bien al tono del edificio.

—¿El mayor reto de esta intervención?

—Todas las intervenciones en el Patrimonio son complicadas y, en este caso, con mayor razón. Durante el proceso han aparecido elementos como el horno de fundición de campanas y la nueva portada, que nos han hecho reorientar el proyecto. Pero, al final, son hallazgos que enriquecen la propuesta inicial. Como siempre, en este tipo de intervenciones, lo más difícil son las instalaciones.

—Las obras empezaron en 2019, pero surgieron los hallazgos arqueológicos, la pandemia, cambios en el proyecto... ¿hubo más imprevistos?

—Efectivamente, nos tocó la pandemia, teníamos que venir con mascarilla, con pasaporte, para que nos dejara viajar la Guardia Civil... Eran unas visitas incómodas. Y, para los albañiles, más todavía. Eso nos retrasó bastante. Con los hallazgos, hubo que notificárselos a la Junta, para su aprobación, lo que ralentizó, naturalmente, las obras. La museografía, en cambio, ha ido sobre ruedas. En cuanto a la arquitectura, hay cosas que se han cambiado, pero han resultado mejor.

—¿De qué sala está más orgulloso?

—La sala del cáliz creo que es un espacio único que, curiosamente, no se aleja mucho de la situación original, porque parece que el cáliz tiene ese sitio, que está protegido por un cofre impresionante, que la arquitectura es muy relevante y el diálogo entre la pieza y el contenedor se potencian. Es un espacio único en el mundo.

—Que alguien en silla de ruedas pueda recorrer todo el museo habrá sido una tarea colosal en un edificio tan complicado, ¿no?

—Hay un punto del recorrido, cuando se llega a la escalera renacentista, que ha sido imposible. La solución es volver, coger el ascensor y llegar al mismo espacio, pero con otro recorrido. Salvo ese punto y la entrada al Panteón, donde ahora mismo no está puesta la rampa, pero está en ejecución, todo es accesible. El que visitó en su día el museo, con la escalera de caracol, ahora va a tener una visita cómoda. Las personas con movilidad reducida no son las únicas que tienen problemas para acceder a un edificio de este tipo, también la gente mayor, los niños, gente lesionada...

—Al abad le ha parecido un milagro tener un ascensor... No habrá sido fácil decidir dónde colocarlo en un edificio románico, ¿no?

—En toda obra de arquitectura siempre la ubicación del ascensor y de la escalera es el punto de partida.

—¿Es lo primero que hay que diseñar?

—Siempre, lo primero. Pero en una vivienda, también. Es luego donde está la comunicación; es el punto de partida de cualquier proyecto. En este, con razón de más, porque es un ascensor que comunica desde los aseos, las instalaciones de la planta baja, hasta la extracción de la última planta. Es fundamental que eso enhebre todo el edificio.

—Reformó el Museo Arqueológico Nacional y ha intervenido en muchos edificios históricos, ¿San Isidoro supuso más retos? ¿Está contento con el resultado?

—Ahora mismo, estoy feliz. Hace diez años rehabilitamos el Arqueológico Nacional, que es un volumen mucho mayor, pero no tiene esta importancia arquitectónica. Hace más tiempo todavía rehabilitamos el Palacio de Carlos V en la Alhambra, que es un monumento renacentista de primer nivel. Pero como era un edificio que no se había llegado a concluir en el siglo XVI, nuestra intervención fue más una decisión, de concepto, complicada, pero con una ejecución sencilla. Aquí ha sido una decisión de proyecto y de ejecución compleja, de dedicarle mucha atención y mucho mimo. De ahí los años que hemos tardado.

—¿Le preocupa que pueda haber críticas por un diseño tan moderno en un edificio románico?

—Hay otras intervenciones que pueden producir polémica, pero en esta hemos utilizado elementos del lugar; hemos empleado piedra de Boñar, hierro, madera, revoco de cal... materiales que ya están en el edificio. Desde ese punto de vista, el lenguaje ya te lleva a una idea muy próxima a la que uno conoce. Trabajamos mucho en que el tono —eso que es muy difícil de definir—, el ambiente, se mantenga. Y yo creo que lo hemos conseguido .

—Hablando de atmósferas. El Museo de San Isidoro antes era lúgubre y ahora es luminoso...

—Nos parecía importante que fuera más luminoso, en el sentido más amplio de la palabra. La luminosidad también te ayuda a entender dónde estás. Huimos de los museos de cámara oscura. Creo que ahora es un museo más amable.

—¿Tuvo presente inicialmente el relato de la colección?

—Hicimos el proyecto de arquitectura sin conocer bien el discurso museográfico, sin tener el proyecto de contenidos, pero ya sabíamos dónde iba a estar la parte museográfica. Con el transcurso del proyecto vimos, por ejemplo, que la sala de tejidos podía estar en otra parte. Durante el proyecto museográfico hemos tomado alguna decisión que no teníamos al principio en la cabeza

—Algunas piezas como la tumba de Pedro Deustamben o la pila bautismal estaban ahí pero ahora ‘se ven’...

—Ahí hemos intervenido menos, hemos dado nuestra opinión. Un espacio que me parece que es muy relevante es la cilla, que antes era absolutamente secundario, un antiguo almacén, pero, de repente, con media docena de piezas, se ha convertido en un espacio museográfico cálido, en el que se han colocado obras tan emblemáticas como el gallo o la campana Laurentina.

—¿Cual es su pieza emblemática del tesoro de San Isidoro?

—El Panteón sigue siendo la pieza. Hay muchas arquetas, valiosísimas, pero a mí el gallo me encanta, porque tiene una morfología contemporánea y es del siglo VII.

—Falta la restauración de las cresterías y rehabilitar las capillas de La Magdalena y los Omaña. ¿Va a intervenir en esto también?

—El proyecto está cerrado. Si el Cabildo me pide colaboración en algún proyecto, estaré encantado. Conozco el edificio y las posibilidades que tiene, lo que no sé es qué ideas tiene el Cabildo una vez que hemos inaugurado el museo.

—También intervino en la capilla de San José, inaugurada hace unas semanas, y dedicada a rememorar que en San Isidoro se celebraron las primeras Cortes...

—Sí. Fue una intervención pequeña. Es muy interesante el discurso, dentro del recorrido, para que el visitante conozca esa historia.

—¿Se ha hecho algún cálculo de cuántos visitantes puede llegar a tener el museo a partir de ahora?

—No sé, pero conozco otros ejemplos. El Museo Arqueológico Nacional, el primer año de inauguración, cuadriplicó el número de visitantes, de 250.000 pasó a un millón. Luego llegó la pandemia y bajó. Ahora está en torno a 600.000 visitantes, es decir, que triplicó el número. Aquí en León, que hay muchos visitantes extranjeros y está el Camino de Santiago, yo creo que va a haber una afluencia muchísimo mayor.

La atmósfera

«La luminosidad te ayuda a entender dónde estás. Huimos de los museos de cámara oscura»