La epopeya de los canarios masacrados por los Reyes Católicos
Nadie sabe cómo llegaron los guanches a las islas Canarias. Esto permite a Santiago Díaz (Madrid, 1971) aventurar una tesis. De origen bereber y capturados en el norte de África, los romanos los esclavizaron para elaborar la valiosa púrpura con moluscos del Islote de Lobos. Conducidos en barco a Roma, se amotinaron y aniquilaron a sus captores. Sin saber navegar, llegaron a Tenerife a la deriva. Allí se establecieron y prosperaron, organizándose en nueve menceyatos o reinos hasta su sanguinario exterminio en el siglo XV.
«Es una historia enterrada que los tinerfeños y canarios empiezan ahora a recuperar», dice Díaz.
Aquellos menceyatos dan título a su novela, Los nueve reinos (Alfaguara). Parte del establecimiento de los guanches en la mayor isla del archipiélago y recrea su epopeya hasta llegar, milenio y medio después, a su sangriento exterminio a manos de las tropas castellanas en el último territorio insular rebelde, conquistado por orden de los Reyes Católicos. «Hay ficción sobre mimbres muy reales», advierte el escritor y guionista, que mezcla historia y pasiones a ritmo de thriller.
Un Braveheart tinerfeño
Fue Tinerfe, el mencey que daría nombre a la isla, quien la dividió en nueve reinos para sus hijos. «Su nieto era Bencomo, el verdadero héroe de la novela, una suerte de Braveheart tinerfeño», dice el autor en el mirador de El Lance, bajo una gigantesca escultura del mencey Bentor, el líder guanche hijo de Bencomo, que prefirió arrojarse al vacío antes de ser capturado en 1496.
Tras varias batallas y alguna derrota castellana «los guanches fueron aniquilados en apenas dos años, entre 1494 y 1496, por la expansión de la corona de Castilla y con la ayuda de la gripe, la modorra, que se llevó por delante al menos a 6.000 isleños. Los cronistas hablan, según la fuente, de entre 30.000 y 60.000 guanches, con 15.000 guerreros entre los que había mujeres. Eran muy violentos, hacían sacrificios humanos, pero eran incansables luchadores. Fueron masacrados y sometidos. Algunos altos y rubios, eran muy valiosos como esclavos en los mercados de Sevilla o Valencia», cuenta el autor.
«Hablamos de una cultura ágrafa pero muy desarrollada, con un lenguaje propio, el amazig de origen bereber. Eran grandes momificadores, con técnicas superiores muchas veces a la de los egipcios», destaca Díaz, que armó su historia tras contemplar a la momia guanche del Museo Arqueológico Nacional (MAN), la mejor conservada y cuyo traslado a Tenerife reclama el Gobierno canario. «Expoliaron cientos de momias y están por medio mundo: en Francia, Alemania o en varias universidades, pero la más valiosa debería estar en la isla, creo».
Psicópata ardorosa
En este novelón de casi 600 páginas hay personajes reales tan fabulosos como Isabel de Bobadilla, cruel, inmisericorde, sangrienta y rijosa esposa del adelantado de Castilla, el gaditano Alonso Fernández de Lugo, derrotado por Bencomo en el barranco de Acentejo antes de que el noble conquistara Tenerife. Caracterizada por su extrema belleza, su desmedida ambición y su ardor, De Bobadilla fue amante del rey Fernando el Católico y de Cristóbal Colón, «que amarró sus carabelas en La Gomera camino de América durante dos meses con el pretexto de arreglar un timón».
Con dieciséis años llegó a palacio. Tan osada como lasciva, la llamaban ‘la cazadora’. Enamoró al rey Fernando e Isabel la mandó a La Gomera obligándola a casarse con el gobernador. «Era el destierro más lejano posible. Allí dio rienda suelta a sus deseos sexuales y a su psicopatía. Se cargó a su marido y se quedó como gobernadora. Torturó y mandó ejecutar sin inmutarse a 500 gomeros acusándolos de matar a su esposo, cuando la asesina era ella. Se hizo la reina de las Canarias tras serlo de la Gomera y El Hierro». «Escribir de malos es mucho más divertido que de buenos, y Bobadilla es una villana total. Lo difícil es hacer que un malo se convierta en bueno», dice Díaz.