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Javier Gurruchaga: «Antes teníamos censura y ahora tenemos miedo a salirnos del redil»

Javier Gurruchaga durante una de sus actuaciones. DL

Publicado por
Amaia Fano
Madrid

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Aunque no se prodigue ya tanto en los medios, la leyenda de Javier Gurruchaga continúa. Santa María del Páramo es una de las paradas en su gira 2024. El 7 de septiembre el artista donostiarra actuará en la Plaza del Cristo durante las fiestas patronales de la capital de comarca.

Después de haberle sido concedida la Medalla al Mérito de las Bellas Artes en 2022, el carismático y polifacético maestro de ceremonias de la Orquesta Mondragón, con la que en los años 80 rompió la pana montando atrevidos y provocadores espectáculos, sigue en la carretera, con las mismas canciones divertidas, muchas de cuyas letras rayarían hoy la incorrección política.

—¿Qué edad tiene usted ya?

—66. Sixty six. 54 de ellos sobre un escenario.

—¿No se jubila?

—Mientras haya salud y ganas, seguimos. ¡Charles Aznavour estuvo cantando hasta los 94! —Biden y Trump también van por ese camino. Ahí hay otros problemas más graves que son las ideas. Biden tiene un poco de fallo senil. Pero lo prefiero a Trump que, como dice De Niro, es un caso loco de preocupar.

—¿Hoy más que nunca, en Europa anda suelto Satanás?

—En Europa y en todo el mundo. Satanás siempre ha estado suelto, pero ahora hay muchos diablos que vuelven a la vida por estos lares.

—En Francia se ha impedido el triunfo de la ultraderecha islamófoba.

— Islamófoba y antisemita. A ver si ahora vamos a olvidar que los nazis asesinaron a seis millones de judíos. La ultraderecha es anti todo.

—¿Cuántas patrias tiene usted?

—Una. La mía. Mi patria soy yo mismo.

—¿Políticamente dónde se ubica?

—En el centro del universo.

—¿Mantiene intacta la fe?

—Con el tiempo uno se desencanta y desengaña de muchas cosas. Pero no le diré de cuáles.

—¿A qué otro oficio hubiera podido dedicarse?

—De niño pensé en ser presidente de Gobierno, Rey no, porque soy de familia humilde. Mi madre era cocinera y mi padre ferroviario, un rojo represaliado por la guerra. Mi madre me decía «ingeniero Javi, ¿por qué no te haces ingeniero?». Cuando me veía en la tele se espantaba. «¡Qué de tonterías! Y esas canciones, ¡qué horroooor!».

—¿De niño ya era cantarín?

—Empecé con un villancico en euskera que cantaba con cuatro añitos. A los siete entré en el coro de San Vicente donde era monaguillo y, a los doce, hacía espectáculos imitando a Elvis. Mi madre quería que fuese txistulari, como sus hermanos, los Iriarte. Muy buenos músicos. Me apunté a solfeo. Pero me cautivó el saxofón.

—Aprendió a tocarlo en la mili.

—La hice voluntario. Mi profesor en el conservatorio era subteniente y me metió en la banda de música del ejército de saxo segundo alto.

—Ganó su primer sueldo en un banco.

—De botones. Ahí estaba yo con mi trajecito azul en invierno y gris en verano, llevando los recaditos, los sobrecitos. Un trabajo infame y kafkiano. Pero me permitía pagarme el conservatorio. Lo dejé al empezar a grabar discos con la Orquesta Mondragón.

—Cantaba ‘Ellos las prefieren gordas’. Ahora se dice «cuerpos no normativos».

—A mí me gustan las gordas y los gordos. No me vuelvo loco con esas cosas. Hay quien me ha dicho: «Ya no te atreverás a cantarla». Pero lo hago.

—Siempre ha cultivado la incorrección política.

—Es que hoy nos empeñamos en que todo sea muy blanco. Antes teníamos censura y ahora tenemos miedo a salirnos del redil.

—¿La locura es la coartada perfecta para la libertad?

—Yo no lo estoy. Pero, a veces, pasar por loco o por tonto no está mal. Uno se escaquea más.

—Recuerdo a Popotxo. Un enano que salía vestido de niña con un helado gigante en su espectáculo, al que usted intentaba sodomizar.

—Éramos provocadores. Subversivos de lo lúdico. Ahora todas esas cosas están prohibidas.

—Como el bombero torero.

—Siempre me hicieron gracia y eso que los toros me disgustan. Muchos enanos están pasándolo mal porque no tienen trabajo. Hay un pensamiento buenista que quiere victimizarles.

—El argumento es que no está bien explotar ni burlarse de su condición física.

—¿Deberíamos quemar los cuadros de Velázquez? ¿O las películas de Fellini en las que salen enanos? Estamos llegando a unos extremos de prohibición excesivos. El pensamiento políticamente correcto es inquisitorial y enfermizo.

—Sigue soltero y sin hijos. ¿Ligó mucho?

—No. He sido un solitario porque soy muy tímido. Necesito del escenario para desdoblarme y sacar mi Mr. Hyde.

—¿Qué tal va de amor, dinero y salud?

—De amor, tranquilo. Vivo solo. De dinero, hay que trabajar. No me he hecho rico. Y de salud, ando con las lumbares que me dan un poco la lata, por un poquito de sobrepeso. Pero soy abstemio y no fumo. Me vigilo la voz. Y el pelo lo conservo. Aunque uno ya se tiñe y se pone todo tipo de hermosuras.

—¿Qué consejo le da al Javier de 20?

—Que la vida merece la pena ser vivida. Pero hay que ser menos ingenuo y un poco más puta

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Políticamente correcto

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Un consejo para jóvenes

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