La agitada vida de Botines hasta que fue monumento
El largo camino hasta la Unesco. Esta semana se cumplen 55 años de la declaración de Botines como Monumento Nacional. El edificio espera ser Patrimonio de la Humanidad en 2026, coincidiendo con el centenario de la muerte de Gaudí.
No tuvo buenos comienzos. León contemplaba con incredulidad la construcción del edificio de Botines en la huerta del rey, una parcela que era prácticamente ‘una charca’. Los niños coreaban: «Se cae, se cae, se cae». Los empresarios Simón Fernández Riu y Mariano Andrés, propietarios de un comercio de tejidos, encargaron la construcción de un comercio-vivienda al arquitecto catalán. Además de librar varios pleitos con el Ayuntamiento, la sociedad de la época —incluidos muchos arquitectos— calificaron de «monstruoso» el diseño de Gaudí y cuestionaron su solidez. Cuando Gaudí se enteró de las suspicacias que levantaba su proyecto llegó a anunciar: «Quiero que me envían esas críticas por escrito, para enmarcarlas y colocarlas en el vestíbulo de la casa cuando esté acabada».
Tuvieron que pasar 77 años para que Botines fuera declarado Monumento Nacional. Fue el 24 de julio de 1969, hace 55 años, cuando el Ministerio de Educación daba la categoría de Monumento Artístico no solo a Botines, sino a las demás construcciones de Gaudí, incluido el Palacio Episcopal de Astorga. El argumento: que se trataba de obras de «excepcional interés dentro de la arquitectura contemporánea», mereciendo, por tanto, ser «conceptuadas de monumentales y colocadas, por eso mismo, bajo la protección estatal, mediante la oportuna declaración». En 1998, tras una profunda restauración del inmueble, llevada a cabo por la desaparecida Caja España, que lo convertía en emblema de la entidad, el edificio recibía el Premio Europa Nostra por la ejemplar rehabilitación.
Una candidatura sólida
En 2002, coincidiendo con el 150 aniversario del nacimiento del genial arquitecto catalán, Botines ya intentó ser declarado Patrimonio de la Humanidad. En 1984 la Unesco había reconocido con este título a La Pedrera, el Parque Güell y el Palacio Güell. En 2005, finalmente, la Unesco ampliaba la lista con la inclusión de la Casa Vicens, la fachada de la Natividad y la cripta de la Sagrada Familia, la Casa Batlló y la cripta de la Colonia Güell.
Los dos edificios que conforman el legado de Gaudí en León se han unido a la Torre Bellesguard y el Colegio Teresiano (Barcelona), el Capricho de Comillas y la Catedral-Basílica de Santa María de Mallorca para ser también Patrimonio de la Humanidad. Aprovecharán la fecha del 2026, cuando se cumple un siglo de la muerte del arquitecto catalán, para volver a ‘llamar a la puerta’ de la Unesco.
José María Viejo, director general de la Fundación Obra Social de Castilla y León (Fundos), está convencido de que esta candidatura tiene muchas posibilidades. El caso de Gaudí no es único, también las obras de Eiffel o Le Corbusier han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por fases. Hay precedentes de la concesión de este título en apenas unos meses, pero, por lo general, como ocurrió en 2002, los trámites suelen prolongarse dos o tres años desde su petición. «Cumplimos todos los requisitos para ser una candidatura de éxito», afirma Viejo. Explica que la consultora de París con la que trabajan es absolutamente optimista.
Botines lleva meses sufriendo una profunda restauración exterior con el objetivo de recuperar su fisonomía original. También está a punto de contar con un Plan Director del edificio. Todo para acortar el camino hacia la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Sólo tres hitos leoneses gozan de la protección de la Unesco. El Camino de Santiago es Patrimonio de la Humanidad desde 1993; Las Médulas, desde 1997; y los Decreta, que suponen el reconocimiento de León como cuna del parlamentarismo, son Patrimonio Inmaterial desde 2013.
En 1952, coincidiendo con el centenario del artista catalán, los principales arquitectos leoneses enjuiciaron con dureza tanto la Casa Botines como el Palacio Episcopal de Astorga. Pensaban que ambos edificios «desentonaban» con el entorno, eran «inadecuados para los fines para los que fueron construidos» o «no habían creado escuela». También hubo quien defendió a Gaudí y se atrevió a calificarlo de original y visionario. La declaración de la Unesco convertiría los malos comienzos y las críticas en simples anécdotas.