Los primeros genios leoneses de las artes
Artistas con hábito. Una monja que recorrió 14.000 kilómetros y relató su viaje, otra que ilustró y firmó uno de los mejores códices del mundo y un ‘Picasso del siglo X’ fueron los pioneros de las artes y las letras leonesas.
En una época en la que solo un puñado de privilegiados sabían leer y escribir, tres leoneses fueron sobresalientes en las artes y las letras. Se trata de la iluminadora En o Ende, la monja Egeria y el monje Maius o Magio.
Silenciada por la historia, el caso de Ende es extraordinario. Ende fue la primera pintora europea de la que se conoce el nombre. Poco o nada se sabe de ella, pero, sin duda, fue una mujer con poder. Autores como Chadwick sugieren que las abadesas tenían un rol activo en la composición, copia e iluminación de manuscritos ya en el siglo VIII. Sin embargo, ninguna firmó su obra, a excepción de la leonesa, que probablemente habitaba en el monasterio de San Salvador de Tábara a finales del siglo X.
Autora del extraordinario Beato de Gerona, sigue siendo un misterio cómo logró ser admitida en un ‘gremio’, el de los iluminadores, reservado de manera casi exclusiva a los hombres. Se sabe de su existencia porque ella misma se encargó de que su legado no desapareciera. Debajo de una gran letra Omega aparecen los autores del citado códice: Ende, pintora y sierva de Dios, y Emeterius, sacerdote. La escritora e historiadora afincada en León Ángeles Caso, que cita a Ende en su libro Ellas mismas. Autorretratos de pintoras, sostiene que «hemos dado por supuesto que lo más valioso lo hicieron hombres». Muchas mujeres extraordinarias a lo largo de la historia acabaron siendo eclipsadas por varones con menos talento.
Ende era oriunda de León o de los alrededores, como prueban las referencias al arte mozárabe e incluso islámico de muchas de sus maravillosas miniaturas. En el monasterio de Tábara sus tareas principales serían copiar, traducir, componer música e iluminar beatos como el de Gerona. La monja leonesa no solo fue una precursora, sino que dio muestras de verdadera genialidad. Los estudiosos destacan la imagen de la Crucifixión, donde introduce elementos innovadores que aparecerán más adelante en el arte románico. Un trabajo en el que la monja demostró un dominio absoluto del arte de la miniatura.
La monja aventurera
Hay otra leonesa ejemplar, la monja Egeria, la primera gran viajera de la que se tiene testimonio, que en el siglo IV atravesó el Adriático en barco y recorrió Egipto y Siria. Además de aventurera, Egeria fue escritora. El relato de viajes más antiguo en nuestro país del que se tiene noticia fue escrito por ella.
La monja Egeria es una de las pocas mujeres que dan nombre a una calle en León. Ya casi nadie duda del origen berciano de esta intrépida viajera que en el siglo IV recorrió medio continente europeo, cruzó en barco el Adriático, visitó Tierra Santa, Constantinopla, Alejandría y Mesopotamia, entre otros lugares, y dejó escritas sus aventuras en un diario. Un periplo que duró tres años —entre el 381 y el 384 de nuestra era—. Casi con seguridad era una dama de familia noble o pudiente, lo que le permitió embarcarse en una larga peregrinación a los Santos Lugares.
El relato de Egeria, titulado Itenerarium ad Loca Sancta o Peregrinatio, describe cómo es la cima del Sinaí, los viñedos de la región de Gessén o el desvío del monte Nebo que conduce al manantial de Moisés. «Valiente, fresca y humana, se revela como una mujer de gran coraje y fuerza». Así describió el periodista Carlos Pascual a la protagonista de su libro: Viaje de Egeria (La Línea del Horizonte). Relata, por ejemplo, que el obispo de Segor le sugirió visitar el lugar donde supuestamente se encontraba la mujer de Lot convertida en estatua de sal. Ella escribió a sus amigas: «Pero creedme, venerables señoras, cuando nosotros inspeccionamos aquel paraje, no vimos la estatua por ninguna parte, no puedo engañaros al respecto».
La vida de Egeria era ‘inédita’ hasta el siglo XIX, como relata Pascual en su libro. Corría el año 1884 y un erudito italiano, Gian Francesco Gamurrini, rebuscaba y ponía un poco de orden entre polvorientos legajos y manuscritos de la Biblioteca della Confraternità dei Laici (o de Santa María), en Arezzo. Un códice atrajo especialmente su atención. Se trataba de unos pergaminos en latín, copiados en el siglo XI, en los cuales aparecían juntos —aunque escritos por distinta mano— dos textos que nada tenían que ver entre sí. El primero eran fragmentos de San Hilario de Poitiers. El otro escrito resultaba más intrigante, pues era una curiosa relación de un viaje a Tierra Santa, escrito en época muy temprana, y por una mujer anónima que hablaba en primera persona». Por lo que podía apreciarse a simple vista, en este segundo escrito faltaban bastantes hojas; muchas al principio, algunas al final, puede que alguna de por medio... Un examen reposado del hallazgo comenzó a arrojar las primeras luces. Se trataba de unas «notas de viaje» redactadas según un molde ya conocido, la peregrinatio o itinerarium , uno de los géneros más tempranos medievales.
Lo curioso del caso es que las notas estaban redactadas en forma de misivas o cartas, hacia finales del siglo IV o comienzos del V. Al parecer, la redactora escribía a unas lejanas dominae et sorores («señoras y hermanas») que habrían quedado muy lejos, en la patria común, a la cual ella confiaba en volver, según indicaba al final de su relato.
La autora había realizado un largo periplo, desde «tierras extremas» hasta los lugares bíblicos, y describía estos a sus remotas destinatarias con una frescura y candor de lenguaje que cautivaban desde el primer momento: aquella era una obra singular. Así fue como ‘reapareció’ Egeria.
El ‘Picasso leonés’ del siglo X
Otro pionero de las artes fue el monje leonés Magio. Fue un visionario. Un revolucionario del arte, aunque su obra prácticamente solo es conocida por los expertos. El gran público desconoce al «Picasso del siglo X», un monje leonés llamado Magio o Maius. Aunque él se encargó de relatar su vida ‘escondida’ en las páginas del Beato de Escalada, dejó algunos ‘secretos’ que llevan décadas enfrentando a los historiadores. John Williams, máxima autoridad mundial en códices medievales, participó hace catorce años en León en un congreso sobre el Beato de Escalada , la obra maestra de Magio.
Aquel congreso se cerró sin despejar si Magio lo se pintó en el monasterio leonés o en el scriptorium de Tábara (Zamora) —que por entonces pertenecía también al Reino de León—. En cambio, los profesores leoneses Vicente García Lobo y Manuel Valdés consideraron probado que el impresionante beato que se conserva en la Pierpont Morgan Library de Nueva York salió del monasterio de Escalada. No es una simple discusión territorial. El profesor de la Universidad de León José Alberto Moráis descubrió la fuente de inspiración para los ‘dibujos’ de Magio. Averiguó que las mandorlas, letras capitulares y otros elementos ornamentales del Beato de Escalada tienen una similitud asombrosa con los frescos de iglesias leonesas. «Magio tenía ante sus ojos las pinturas de Escalada, Santiago de Peñalba o Palat del Rey». Pinturas de las que hoy apenas quedan vestigios. León en los siglos X y XI fue el mayor centro de producción de beatos —un conjunto de manuscritos medievales (36 conocidos hasta la fecha) que copian el Comentario al Apocalipsis de San Juan, escrito en el siglo VIII y conocido popularmente como el Beato de Liébana, en honor al autor, el monje leonés del mismo nombre—. Joyas como el Beato de Gerona o el de Fernando I y Sancha salieron de aquí, aunque ninguno se conserva en León.
Cuando Magio empieza a ilustrar el Beato de Escalada ya existen los de La Rioja o San Millán de la Cogolla, pero el monje leonés lleva el arte de la iluminación a la cumbre. Su estilo es absolutamente innovador: introduce franjas de color en los fondos, para dar perspectiva, decora las iniciales de los textos y es pionero en hacers miniaturas a doble página, algo inaudito hasta entonces. De momento, no ha podido probar si Magio pintó el Antifonario de la Catedral, una auténtica joya bibliográfica. «Yo creo que está ahí de alguna manera. Es posible que se formara con los artistas del Antifonario», dice, pero «está claro que conoce las obras de los scriptorium de León», sostiene Moráis.
La relevancia de Magio es tal que el profesor leonés defiende que su obra debería ser Patrimonio de la Humanidad.