Adiós al artista leonés Alejandro Vargas, un maestro de maestros
Referente del arte abstracto, el pintor ha fallecido a los 95 años. Gamoneda lamenta «que va a faltar alguien fundamental en la vida pictórica y cultural de León»
Discreto, cautivador y comprometido. Alejandro Vargas, que falleció ayer a los 95 años, fue «un artista fundamental en el grupo que inició la abstracción pictórica en el París de los años 50 y 60», según recordó ayer el poeta Antonio Gamoneda.
Había nacido en 1929 y su infancia la vivió entre la Catedral y San Isidoro, en casa de sus abuelos. «Fueron los mejores años de mi vida», dijo en alguna ocasión. Estudió en los Maristas y en el Instituto General y Técnico, en aquel edificio espléndido de Ramón y Cajal que demolieron para erigir en su lugar el actual Instituto Juan del Enzina.
Muy pronto se dio cuenta de que necesitaba respirar aires de libertad lejos de aquella España oscura de la dictadura. Un domingo de 1954 llegó a París con 50 pesetas en el bolsillo. Recogía papel para sobrevivir. En la ciudad de la luz conoció al ilustre republicano José Bergamín y compartió infinidad de encuentros con el pintor surrealista canario Óscar Domínguez. También conoció al artista húngaro Víctor Vasarely, al madrileño Lucio Muñoz y al catalán Antonio Clavé. En la ciudad universitaria compartió habitación con el genial dramaturgo Fernando Arrabal. Arrabal siempre dijo que Vargas era la cabeza de la vanguardia de la pintura española.
En un viaje a China, invitado por el Partido Comunista, conoció a personajes como Nehru, Mao, Sartre y Simone de Beauvoir. Después de París vivió una temporada en Londres, donde trabajó para una productora de dibujos animados.
Regreso a casa
De vuelta a León, logró ser contratado como profesor de dibujo en Magisterio y en el Instituto Padre Isla, además de recuperar su empleo en la Diputación, que le permitió conocer y trabar una amistad inquebrantable con Antonio Gamoneda. Vargas era el encargado de maquetar e ilustrar libros como los de la colección Provincia y además asesoraba al poeta en las bienales de pintura.
Vargas sería copartícipe, con Manuel Jular, de la primera exposición pictórica en la que el expresionismo abstracto sorprendió a los santones de la capital del Viejo Reino. Sucedió en los vetustos salones del Palacio de los Guzmanes. Vargas fue transformando su arte e incluso en 2005 abrazó la escultura.
«El retrato es una de mis debilidades. A mí me gustan el paisaje y el bodegón, pero también he dedicado mucho esfuerzo a representar la figura humana. He tenido temporadas de hacer muchos retratos de gente imaginaria. Me atrae mucho la expresión del rostro humano», confesó en una entrevista al periodista Marcelino Cuevas.
El amigo Gamoneda
El poeta aseguró ayer que «Alejandro es uno de los dos amigos más antiguos y cercanos a mi vida que he tenido». Con su muerte —dijo— «me va faltar y va a faltar a León una personalidad de los pocos testigos que quedan de esa época». El autor de Arden las pérdidas destacó que Vargas «deja una oquedad y vacío muy serio. Me va a quedar un vacío muy serio de alguien que ha sido fundamental en mi vida y, sin dar ruido, lo ha sido también para la vida pictórica y cultural de León».
Para Amancio González, Vargas —que fue su maestro— «era un hombre sabio. Una cabeza lúcida que sabía transmitir con pasión el conocimiento. Por su academia pasamos cientos de alumnos que hoy tenemos directa o indirectamente relación con el arte. El conocimiento, cuando se comparte, tiende a expandirse. Él lo sabía y no perdió el tiempo. Creo que esa fue su gran labor».
Luis García Martínez, director del Departamento de Arte y Exposiciones del Instituto Leonés de Cultura (ILC), destaca que «Alejandro fue uno de los pintores más significativos en el panorama artístico leonés, vinculado intensamente con la institución Fray Bernardino de Sahagún, sus exposiciones y bienales y, por supuesto, con el gran poeta, gestor cultural y crítico Antonio Gamoneda». García Martínez recuerda a Vargas «en los círculos políticos y culturales de un París intenso y dinámico en el que desarrolló un abstracción lírica, con cierta carga geométrica, para después desembocar en un expresionismo informalista de gran potencia y contundencia pictórica y emocional. Su estancia en Londres también será rica en situaciones creativas, recalando posteriormente en León para recuperar el sosiego y la paz espiritual que le lleva a una neofiguración intimista y, posteriormente, a un paisaje espiritual y ensimismado». En resumen, según Luis García, «un artista con mayúsculas».
Dedicación y pasión
Asun Robles y Marga Carnero, responsables de la galería Ármaga, aseguran que Vargas era «un intelectual imprescindible en León. Maestro de maestros. Deja una huella imborrable en el corazón de la comunidad artística. Su dedicación y pasión formaron a toda una generación de artistas, quienes, en cada gesto y pincelada, estarán iluminados por el legado y la inspiración de este gran pintor. Su espíritu y enseñanza seguirán presentes en cada obra que nazca bajo su influencia».
De Vargas escribió el poeta y crítico de arte Victoriano Crémer: «Su pintura es pintura de profundidad, de adentramiento de descubrimiento. Más que una pintura para ver, es una pintura para que te vea. Y de ti depende que alcances sus entresijos».
Alejandro Vargas estaba casado con Jeannick Le Men Loyer y eran padres de cuatro hijos. El funeral será a las cuatro de la tarde en la iglesia parroquial de Nuestra Madre del Buen Consejo PP. Agustinos. Posteriormente, se procederá a su inhumación en el cementerio de León.