Diario de León

Muere Seve Trapiello: paisajes desde la belleza

Seve Trapiello

Seve TrapielloDL

León

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No se había ido y ya le echaban de menos. Mucho más presente que la muerte. Seve Trapiello (Manzaneda de Torío, 1954) ha muerto hoy como una sutil última despedida, pincelada final anunciada de una vida generosa. Un rumor largo de lo fulgurante. Decía Seve que el lienzo en blanco era un trámite, así que en forma de página por escribir, conversación por empezar, han sido sus amigos, hermanos y familia los que los últimos días han tenido que, en su aún consciencia, contar o escribir un adiós cargado de presente. Si se dice que se escribe para que te quieran, en todos los casos ha sido escribir para quererle. Por todas las partes, en este León, se hablaba de que el pintor que hizo de los paisajes un lenguaje comprometido con la belleza, no sólo los de la provincia, ponía la firma final a la obra de arte humano que ha sido su existencia. Porque, en su caso, casi no se sabe si tirar por su oficio o por su trayectoria de hombre bueno para definir una vida. En cualquier caso, un elogio infinito llega ahora.

Seve Trapiello se hizo pintor cuando era niño, como una pulsión creativa que explicaba más desde lo autodidacta que desde la academia. Con un apellido tan literario, como ahora se sabe, a él le llegaba la inspiración a través de lo que veía, de la luz o el color y la potencia de la naturaleza. Hay mucha Sobarriba, como no podía ser menos, en su obra, mucho León y sus símbolos, pero desde una mirada libre, abierta. Y a partir de ella, otros asuntos, del sur, ese Aranjuez que pintó, incursiones y viajes pictóricos fuera de España, pero siempre manteniendo un pie en la infancia, en el origen, en la tribu Trapiello y sus alrededores. Asturias, Tierra de Campos, como una cartografía artística de Seve Trapiello, también. Qué decir de Manzaneda de Torío o su Navafría. Por eso es normal que estos días tristes los suyos encontraran el consuelo en los recuerdos y el cariño innegociable. En directo. Todo convertido en un acto de amor sin aspavientos. En esa última página de este periódico, su hermano Pedro Trapiello lo escribió y lo reescribió. Puso todos los puntos sobre las íes y ninguno, final. Pero se hablaba de su despedida en la redacción, como un aviso irremediable, y en la Céltica, o en Sharon Art, donde se le llora desde la rebelión ante lo inevitable. Por donde se pasaba, ahí estaba ahora Seve Trapiello.

También dejaba claro Seve Trapiello que si pintaba para expresar su arte, su mensaje, lo hacía también para la gente. Así, afirmaba acerca de su Memorias de aquí que expuso en la Sharon Art: “Quiero que la gente pueda disfrutar de esos paseos por el campo sin tener que salir de la ciudad”. Y él miraba a un lado y veía la montaña. Miraba a otro lado y veía, ríos. Mirara donde mirara, veía. Érase una vez un pintor que veía. Y los que le veían, mientras miraban sus cuadros, veían a un hombre del que ahora sólo llega el eco del legado de una buena persona y un gran artista. Se abre ahora el lienzo en blanco de su recuerdo infinito.

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