Diario de León

Luis Mateo Díez, escritor y académico: «El lenguaje irremediablemente está en la vida»

Hoy llega a las librerías «El reino de Celama», un volumen que agrupa la trilogía que el escritor leonés Luis Mateo Díez ha dedicado a un universo personalísimo, ubicado en ese Noroeste que tanto añora y por el que discurre el crepúsculo del mu

El escritor leonés, en una imagen de archivo

El escritor leonés, en una imagen de archivo

León

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-Con «El reino de Celama» se cierra una trilogía, ¿también supone la liquidación de ese mundo imaginario? -El reino de Celama recoge las tres novelas El espíritu del Páramo, La ruina del cielo y El oscurecer. Tiene, además, un apéndice que se llama Vista de Celama, un folleto geográfico de época, donde se describe el territorio. El libro era un irremediable punto de llegada. Cuando uno hace una trilogía a lo largo del tiempo siempre existe esa posibilidad editorial de formar un volumen. Ahora ofrece una lectura distinta y completa, puede viajar uno por el territorio dándose cuenta de los elementos simbólicos que están desde el arranque, completa una trama global y es posible que el lector pueda tener una experiencia distinta a la de haberlos leído según fueron saliendo, aunque es verdad que tienen su autonomía. El reino culmina una parte sustancial de lo que yo quería describir del territorio. Decir que lo cierra sería excesivo. Si en algún momento se me ocurre alguna historia que pueda suceder en Celama..., la haré. -La puerta de Celama queda entonces abierta... -Sí. Hay un viejo proyecto que me gustaría hacer: un libro de viajes por un territorio imaginario. Probablemente, lo haga y con la pauta clásica, alguien que viaja por la irrealidad como si estuviera recorriendo un mundo real. -Ha escrito poesía, prosa poética, novelas de misterio, ha creado un universo personal con Celama, ¿qué será lo próximo? -Primero, un libro que continúa la serie de novelas cortas que se inició con El diablo meridiano, que yo las unificaré bajo la denominación Fábulas del sentimiento. Lo próximo será un libro de esa serie titulado El eco de las bodas. También tengo una novela muy ambiciosa, porque a estas alturas de la vida me gusta meterme en cosas ambiciosas, aunque luego salga lo que buenamente pueda, que se va a titular Fantasmas del invierno y discurre en una de esas ciudades mías del Noroeste en el año 47. Es un intento de contar la desgracia y el remordimiento de lo que vino después de la Guerra Civil, en torno a una leyenda turbia, pero con ese halo de lo legendario. -Sigue en la línea de poner títulos como punto de partida... -Sigo pensando que, en mi caso, el título contiene la idea poética del libro. Los títulos, para mí, son sustanciales. Tuve que saber que un libro se titulaba La fuente de la edad para hacerlo -por cierto, Alfaguara acaba de reeditarlo, como hará con el resto de mi obra, limpiando y cuidando más los textos-. -En prensa se dice: «Que una noticia no te estropee un buen titular». -Hay gente que, en la literatura, el título lo descubre al final, pero yo lo necesito al comienzo. -Antes de ingresar en la RAE dijo que en ella se sentiría ciudadano de Celama, ¿ha sido así? -Sí, en el sentido de que una parte sustancial de mi memoria verbal proviene de muy lejos, de mi infancia, de una cultura campesina norteña y luego filtrada con experiencias paramesas... y quieras que no, hay una memoria de un largo bagaje de palabras antiguas. Estando en la revolución tecnológica -porque yo no tengo nostalgias del pasado-, puedo aportar a la Academia algo de esa memoria verbal. Podía ser un vecino de Celama sentado allí. -El Ayuntamiento propone a los ciudadanos apadrinar palabras del leonés para que no se pierdan, ¿qué opina? -Soy muy propicio, en el mundo de las palabras, a la naturalidad. Si se trata de una operación que proviene de los políticos, ya no me gusta. Sé dirimir bastante bien cuándo las palabras están en la arqueología y cuándo en la vida. Las que están en la arqueología están para ser conocidas, pero, a lo mejor, no para ser usadas. La lengua se hace en la vida y en la actualidad. Un apadrinamiento me parece excesivo. Uno tiene que ser consecuente con su propio mundo verbal. -¿Cree que un escritor debe implicarse tanto en los problemas del mundo como hace, por ejemplo, Saramago? -Un escritor debe estar bien comprometido, en primera fila del tiempo y de la sociedad en la que vive; pero como persona. A partir de ahí, tu obra puede reflejar tus inquietudes o puede estar también en esa vanguardia. Pienso que todo gran escritor que escribe grandes fábulas, esas fábulas siempre comprometen lo que todos estamos viviendo. Unos necesitan predicarlo y otros sólo predican con el ejemplo de su obra. -¿Ha pensado alguna vez publicar una novela en Internet? -Me gustan todas las técnicas nuevas, pero sigo muy aferrado a lo que es el libro como objeto material tradicional. No creo que el libro que tenemos ahora tenga la batalla perdida durante muchísimos años. La parte material del libro, lo que es el papel y el gusto de tocarlo, es fundamental para entrar también en el mundo imaginario que contiene. Nada ha derrotado todavía al libro como instrumento de la cultura. -¿El lenguaje se ha empobrecido con las nuevas tecnologías? -Las nuevas tecnologías son excesivamente invasoras y poco cuidadosas y, en este aspecto, son peligrosas, porque arrasan lo que pillan. Eso es malo para el lenguaje. No quiero ser excesivamente alarmista ni un policía de la lengua. El lenguaje irremediablemente está en la vida. A veces salen cosas tremendamente feas, que corroen y destruyen, pero no creo que duren. -Celama describe la extinción del mundo rural, pero ahora hay un resurgir con el llamado turismo rural... -La dimensión más sociológica o histórica de Celama es menor que lo que el libro tiene de alguien que ha construido un reino imaginario habitado por gentes con un peculiar sentido de la vida. Si Tolkien es una maravilla en el universo de la fantasía, Celama podría estar en el otro extremo de la irrealidad, pero también en un mundo extremadamente imaginativo. Lo he escrito con voluntad de que haya una metáfora del crepúsculo del mundo rural. El acercamiento otra vez a los paisajes rurales, no desde el sufrimiento del trabajo, sino del goce del ocio, es estupendo... -¿Cómo hacer que los niños lean? -Sólo hay un camino. A leer se llega leyendo. La manera de perpetuar el hábito de la lectura es que los niños encuentren que es una llave para abrir mundos que no están en ningún otro sitio y que son enormemente fascinantes. Habría que volver a aquellas viejas costumbres de que los niños leyeran en el aula y, sobre todo, deberían escuchar lecturas en la voz de sus maestros. -¿Le gustaría que algún día el diccionario de la RAE incluyera Celama para describir un mundo rural extinguido? -Sería excesivo. La ambición de Celama es una ambición de ficción. Prefiero que esté en la irrealidad de la literatura que en la realidad de un uso estricto de una palabra del diccionario. -Hay varias vacantes en la RAE, ¿a quién le gustaría tener por compañero? -Hay escritores de mi generación muy cercanos a mí que me encantaría que estuvieran sentados conmigo y, además, espero que lo acaben estando. Nombrarles a todos... Me gustaría compartir sillón, por ejemplo, con José Mª Merino.

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