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Publicado por
León

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La «excepción cultural» introducida a instancias de Francia en las normas que consagran la competencia y el mercado en el seno de la Unión Europea se fundamenta en el hecho de que las expresiones culturales -el cine entre ellas- de los diversos países del Viejo Continente son bienes protegibles que es preciso cuidar y fomentar, sin permitir que sean arrasadas por la competencia extranjera (por Hollywood, en el caso de la cinematografía). Si en Francia se hubiera publicado la noticia que ayer asomó a nuestros periódicos, la de que el cine autóctono ha perdido en un solo año la tercera parte de sus espectadores -unos once millones de entradas-, se hubiese producido una verdadera hecatombe. Los creadores habrían comenzado de inmediato una severa autocrítica y el Gobierno estaría ya revisando a fondo sus políticas de promoción de la cinematografía. Aquí nada ha ocurrido, salvo el habitual derroche de lamentaciones. Y es patente que este naufragio tiene que ser afrontado con realismo. La responsabilidad no es de terceros en discordia, como alguno afirma demagógicamente, sino de los dos grandes actores verdaderamente implicados: el mundo del cine se ha quedado, al parecer, sin ideas, y la protección pública del sector ha fracasado. Algo habrá que hacer en ambos campos.