La soprano Tatiana Davidova dedicó su concierto en el Auditorio a León
Cuando el canto se hace poesía
La presencia de Tatiana Davidova en cualquier escenario del mundo es siempre un acontecimiento cultural de primer orden y un testimonio impagable del arte de una soprano que con su voz de terciopelo ha llevado el lied a su máxima expresión. El Auditorio de León fue anoche el escenario privilegiado para que la dulzura tímbrica de esta soprano búlgara, que canta con mejor dicción que muchas de sus colegas españolas, se encaramara sobre el cristal de su voz y ofreciera uno de esos recitales que dejan profunda huella en cualquier oyente con un mínimo de sensibilidad canora. Acompañada al piano por el magnífico Aurelio Viribay, un repertorista con el que cualquier cantante se siente cómodo, porque conoce y sabe dónde debe dejar al solista expresarse con plenitud, sin ahogarle con su apresurada y fuerte pulsación, la soprano se entregó sin red en todas y cada una de las deliciosas obras que interpretó, en un continuo crescendo hacia lo excelente. Anoche ofreció un repertorio que fue todo un muestrario de la versatilidad de esta sensacional cantante. que en ningún momento mostró fatiga, inseguridad o rutina. Se presentó no a modo de gran diva, que lo es, sino como una servidora del arte y una oficiante excelsa de lo que significa la palabra al servicio de la música. Contundente y precisa, Tatiana Davidova arrancó con el Oh, had I Jubal''s lire, de Haendel, en el más puro estilo liederista. Agudo limpio y fácil, centro cálido y pastoso y una técnica consumada dentro de una cuidada línea de canto, efusiva y comunicativa. Todo el lirismo que algunas de estas canciones encierran, las libó la soprano con ese enorme encanto supeditado a la fuerza de su expresividad. Desde un Poulenc contenido y sensual a un Turina luminoso y algo superficial, pasando por un Puccini cuyas arias de cámara las convirtió Tatiana, por obra y gracia del cristal de su voz, en quintaesencia del lirismo por el excelente juego de dinámicas, matices y reguladores, todas ellas lucieron el color aterciopelado de su voz. Un Faure trasparente y ditirámbico y un Delibes que fue oro puro. Con las Cuatro Canciones Leonesas, de Cristóbal Halffter, y el Poema en forma de canciones de Turina puso al respetable en el límite de la emoción incontenida con el que cerró este grupo de páginas exquisitas, que mostraron al buen gourmete que aquello era oro de 24 quilates. La calidez de los textos elegidos, el desarrollo del piano, en todo momento milagroso entre los ágiles dedos de Viribay, hicieron del recital una canto a la belleza.