La vocación del escritor

«Se es escritor cuando simplemente no se puede vivir sin escribir». He aquí la divisa adoptada por Andrés Trapiello, leonés y ganador reciente del Premio Nadal por su obra «Los amigos del crimen perfecto». Ser escritor, al fin y al cabo, supone la realización de la empresa de ser hombre. A ese modo más decisivo e intimo solemos llamarlo vocación; esa fuerza misteriosa y absorbente que nos marca un destino, el que configura la peculiar situación de nuestra existencia. Vocación, dotes, talentos o capacidades proporcionan la configuración de la empresa de ser escritor. Este el caso de Andrés Trapiello, ligado a la «saga de los Trapiello, de hombres de raices leonesas con sentido trascendentes. Juventud Actualmente la obra de Andrés Trapiello: novela, poesía, ensayo, pese a su juventud (Manzaneda de Torío, 1953) es copiosa y digna de ser estudiada y analizada. Sin pretender ser exhaustivo, recuerdo, entre otras, las siguientes: La Tinta simpática, el buque fantasma, La Malandanza, Salón de los pasos perdidos, El gato encerrado, Locuras sin fundamentos, Las vidas de Cervantes, Las Armas y las Letras, Clásicos de traje gris, Los nietos del Cid, y, ahora, Los amigos del crimen perfecto... Y sin olvidar su prólogos y diarios, que constituyen una novedosa forma de narrar y analizar la realidad. «Mis novelas -señala- parten de la experiencia real; creo que la literatura tiene que devolver a la vida lo que ha tomado prestado de esta». Para Trapiello, la literatura es algo que se te concede, no es por merecimientos propios, en un don algo que se te da. Dentro de esta afirmación, llena de humildad, es preciso decir, con palabras de Marañón, que el talento y la vocación se desarrollan con el esfuerzo, la abnegación y el entusiasmo. Porque no hay obra valiosa que no salga del silencio, del esfuerzo y la bondad, y, en palabras del escritor, «de un poco de amargura». Confiesa que siempre me han llamado la atención las respuestas y escritos de Andrés Trapiello por aquello del paisanaje. Su universo literario y poético-aunque, a veces, lo niegue- lleva claves y presencias leonesas por el imperativo de la memoria y el «yo circunstanciado». Quiero decir que el territorio de la memoria o el análisis de nuestra realidad -incluso ficción- puede ser contemplado de dos modos semejantes: cabe entenderlo, en efecto, poniendo especial atención en lo que de «sazón» tiene, o por el contrario en la «desazón». Esta última es, quizá, la proyección vocacional de Andrés Trapiello, en un afán de buscar las aristas, las contradicciones o evocaciones, y nos brinda, además, el análisis del mundo como un escritor, en cuanto creador de ficciones y de interpretaciones de la agridulce realidad. En resumen, la obra de Andrés Trapiello define, sin duda, su personalidad y trayectoria. Su formación humanística, adquirida, tanto en los Dominicos de la Virgen del Camino, como en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, conllevan dos notas positivas: formación intelectual y adquisición de valores y principios esenciales. Las dotes y capacidades vendrán por añadidura con lecturas y desarrollo de la vocación personal de un escritor emergente. ¿Dónde pone Trapiello el arco de su vocación de escritor? Sin duda, en aquellas ideas y sentimientos por lo que los hombres son o siguen siendo capaces de sufrir y luchar. La historia de la literatura -nos recuerda Trapiello- gira en torno a dos cuestiones fundamentales: amor y muerte, «y es que todos los escritores escribimos el mismo libro con sus distintas derivaciones, porque mientras haya un hombre que pregunte, habrá un hombre que le conteste». hay una suprema generosidad. Valor literario Sin temor a equivocarme, Andrés Trapiello es uno de los grandes valores literarios del momento actual. Con su obra fecunda, escrita con un español admirable, se halla en el camino de formar parte de la Real Academia de la Lengua. Las pautas de éxito y prestigio de este escritor están a la vista de todos, y en especial de los lectores, quienes, en suma, participan también de la vocación del escritor leonés.