El Cuarteto Hagen bordó ayer en el Auditorio un concierto para la posteridad
El precio de la gloria
Ese precio es el que tienen que pagar habitualmente aquellos artistas extraordinarios que consiguen, con sus ejecuciones, recrear cualquier obra de repertorio y convertirla por obra y gracia de su genialidad en excelentes. El Cuarteto Hagen de Salzburgo nos trajo ayer noche al auditorio otro de esos programas que no necesitan ni presentación ni alabanzas porque por sí mismo es una maestra continua. El arte de la fuga, de Bach, el Cuarteto nº 8 de Shostakovich y el nº 23 de Mozart, se alternaron en los atriles para conformar un concierto que abarcó cuatro siglos de música y tres estilos muy diferentes, depurados y hermosos. Si a todo ello le unimos el que sus oficiantes son auténticos especialistas en el arte de tañer el violín, la viola y el chelo, entonces podrá hacerse una idea muy vaga, quien no asistió al mismo, de que lo escuchado ayer fue otro de esos conciertos para los anales. El arte de la fuga de Bach, con el que se inició el programa, se nos reveló no sólo como la gran obra didáctica que es, sino como un soberbio poema pletórico de sensibilidad y de emoción contenida, que sugiere y subraya imágenes y palabras. La forma de traducir las cuatro primeras fugas por parte del grupo fue totalmente descriptiva, con su color y significado particulares, hasta lograr una especie de variación sin final que mostró toda suerte de recursos tímbricos y expresivos que encierran. Cuando se escucha, como ayer noche se escuchó, lo que se oye es música en estado puro, una verdadera sinfonía con pasajes verdaderamente demoledores para quien quiera y sepa apreciar la esencia de lo sublime. El allegretto fue dibujado de forma demoníaca por el grupo salzburgués, en el que el primer violín brilló de forma deslumbrante en cada frase, en cada tema, desde el stacatto inicial que es como el preludio del largo que siguió, un verdadero estudio de las emociones humanas más incontenidas como la cólera o el desprecio hasta alcanzar la sublimación en ese Dies irae apacible y conclusivo. El Cuarteto nº 23, por último, fue leído con la fuerza y la sensibilidad de quienes poseen una técnica deslumbrante unida a un virtuosismo fuera de toda comparación.