Mucho linaje y pocos arreglos

Pedro Suárez de Quiñones y su mujer, Juana González de Bazán, comienzan en el año 1388 la construcción de su gran palacio, ubicado en el ángulo suroeste de la muralla tardorromana. El inmueble contará con innegables elementos góticos en su fachada y ornamentos mudéjares en el interior. La construcción original sufriría con el pasado de los años diversos añadidos y retoques. Es en el siglo XVI cuando se incorpora el torreón de sillería y estilo renacentista. El inmueble es declarado Monumento Nacional en 1931. Hasta finales del siglo XIX seguirá perteneciendo a los herederos de los condes de Luna, quienes acaban vendiéndoselo a un particular, cuyos descendientes, a su vez, constituirán la poderosa Fundación Octavio Álvarez Carballo, encargada desde entonces de su conservación. Sin embargo, a comienzos del siglo XX el edificio muestra las primeras evidencias de su larga historia, extendiendose los daños, como un virulento contagio, a prácticamente todo el edificio, pese a lo cual sus propietarios se limitan a efectuar únicamente aquellos arreglos estrictamente imprescindibles. En 1974 las lluvias provocan el hundimiento de parte de la techumbre y, dos años después, la explosión de una bombona de gas causa daños irreparables en algunos artesonados; en 1979, el tejado del torreón renacentista se desploma. Durante décadas el Ayuntamiento intentó sin éxito comprar el palacio, hasta que en el 2001 la Fundación Carballo decide ceder su uso durante 75 años y por una renta simbólica de un euro anual.