Jesús Trapote expone sus obras en la sala Lucio Muñoz de la Junta
Espejos del alma
Jesús Trapote crea con sus manos, casi siempre partiendo del barro primigenio, mujeres que son como esas nubes que solamente sirven para decorar el cielo con una barroca sinfonía de curvas. Trapote se siente feliz cuando tiene a una mujer entre las manos y puede escribir en el espacio una sonata a su belleza. Son las suyas mujeres en continuo movimiento, pero tremendamente asentadas en la tierra, como surgiendo en un parto prodigioso de las mismas entrañas del planeta. Vestales que caminan indolentes rompiendo el aire con sus pechos desnudos, con sus caderas danzando con insolente poderío. Están desnudas y saben del atractivo imparable de sus cuerpos, se sienten admiradas e interpretan la eterna danza del deseo. Hay otras mujeres en el repertorio artístico de Trapote. Campesinas de los páramos castellanos con la hoz en las manos y un sombrero de paja protegiendo su mirada del sol que reverbera iracundo en las mieses infinitas. Artesanas de fuertes brazos que portan en sus cestos los frutos del trabajo (quesera de Villalón, a la sombra del rollo más artístico del mundo). Y hay una que, cubriendo los ojos con la mano, escruta inquisidora el horizonte acechando el futuro de los frutos de su vientre. Jesús Trapote, creador de monumentos, inventor de belleza, amasador de barro, presenta estos días en la sala Lucio Muñoz, una espléndida colección de esculturas en las que demuestra la tremenda eficacia de la sencillez. En las que plasma el grito del creador que es capaz de dotar de vida a los inertes materiales. Esculturas que interpretan un baile delicado y sutil con los volúmenes robados al espacio, con las luces y las sombras, con las texturas y las pátinas que cubren el alma escondida en cada una. El buen hacer de Trapote, un vallisoletano que definitivamente se ha afincado en León, se resume en la pequeña figura que representa a un director de orquesta en plena faena, con todo el oleaje de la música moviendose al ritmo de sus manos y la seguridad de que detrás suyo, en el invisible patio de butacas, palpita un océano de emociones surgidas de las vibraciones que su batuta es capaz de encadenar. El pequeño bronce está traspasado por el armónico eco de la música que convierte la pesada realidad del metal en ingrávido movimiento. También se encuentran en la muestra homenajes a los clásicos, caballeros medievales, hombres que desgranan, con la mirada perdida en el vacío, rosarios enteros de profundas filosofías existenciales... y otra mujer que descansa sus turgencias en la arena y que recibe la mirada del espectador con la misma inocente indecencia que espera los rayos solares. El artista ha llamado a su exposición Espejos del alma, y eso son sin duda los cuerpos que la forman.