OPINIÓN Antonio Pérez Henares
Doce años esperando al tren
Nadie los había convocado pero los pueblos se echaron a la calle y se bajaron a la estación. Iban a ver llegar al tren. Algunos se habían subido a los collados de las laderas de esa sierra que hace frontera y vértice entre Vizcaya, Santander y Burgos y desde allí saludaban el paso del convoy, le hacían fotos, agitaban sus brazos en señal de bienvenida. El tren, majestuoso bajaba hacia el valle, flanqueado por enhiestos farallones rocosos y los bosques de hayas y luego se adentraba en el verdor intenso de las praderas contemplado por las vacas pasiegas. En Espinosa de los Monteros y en Sotoscuevas, donde se encuentran las cuevas de Ojos de Guareña y su iglesia troglodita, el recibimiento fue apoteósico. En el anden abarrotado no cabía un alma y las niñas que habían preparado unas danzas de bienvenida tuvieron que posponerlas ante la imposibilidad física de dar un paso. No llegaba ningún político y los más de veinte escritores que viajaban en el tren sabían de sobra que no era por su causa tal júbilo, aunque lo compartieran. La alegría era por el tren y quedó clarísimamente reflejada en la respuesta que una anciana ofreció a la pregunta de uno de los novelistas que formábamos parte de esta expedición inaugural del Transcantábrico al que seguirán en breve, este mes de mayo, los trenes de viajeros. «¿Llevan ustedes mucho aquí esperando que llegue el tren? Llevo doce años, señor. Desde el día que lo cerraron». Doce años en efecto hacía que el ferrocarril de La Robla, el tren del carbón, que comunicaba Bilbao con los valles mineros de Cistierna y con León, quedó cerrado y a aquellas tierras les quitaron buena parte de su alma. El otro día la recuperaron. Y eran felices. Ya lo creo que lo eran. Nos trasladaron la emoción por el tren, el gozo por oír su silbato y la esperanza porque les abran de nuevo horizontes hasta hoy cerrados. Fue sin duda para el grupo de escritores que hemos hecho el viaje con el que el Transcantábrico ha recuperado su antiguo itinerario y regresa a la ciudad de la que partió, León, el momento más alegre y la jornada más festiva. Doce años han tenido que pasar, pero por fin, con el esfuerzo conjunto de la Junta de Castilla y León y de Feve, la línea férrea ha vuelto a entrar en funcionamiento y el cada vez más apreciado de nuestros trenes turísticos, el Transcantábrico, ha recuperado su vieja ruta. Acudieron orgullosos al bautizo Eugenio Damboriena, el presidente del ferrocarril, así como los alcaldes de León, Mario Amilivia, Espinosa de los Moneros -a la alcaldesa aún le dura la sonrisa- y el de Sotoscueva, Isaac Peñas; pero quienes de verdad estaban contentos eran los vecinos y si me quedo con una imagen, es con la de un grupo de jóvenes desde lo alto agitando sus manos por el tren que volvía. Volvía para ellos.