Diario de León

La biblia del chelo de Pieter Wispelwey

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno
León

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«Si tuviese que definir la música como religión, Bach y sus seis Suites para chelo serían mi Biblia», señaló Pieter Wispelwey, un virtuoso de este instrumento que roza la perfección absoluta cuando interpreta este monumento a la inteligencia y a la creación humana. Hablar hoy de las Suites para chelo, de Bach, es algo que puede parecer manido o reiterativo ya que la discografía y el márketing han contribuido a hacer de esta obra algo sagrado, reverencial y extremadamente selecto. Pero lo cierto es que las Suite para chelo de Bach admiten tantas lecturas, presentan tantos ángulos de reflexión que es difícil decir cual es la mejor versión de las seis de referencia que actualmente circulan en el mercado. A ningún conocedor de la obra de Bach le resulta extraño que estas Suites sean unas de las más admiradas y también de las que mayor atención requieren a la hora de hacer una escucha reflexiva y atenta de la misma. Sin embargo, como sucedió anoche en el Auditorio de León, quien lo haga con ese ánimo de dejarse llevar por la excelsa música del cantor de Leipzig, no quedará defraudado como no lo quedamos los escasos asistentes que estuvimos en el concierto ante el virtuosismo, la facilidad y la belleza que de cada una de ellas supo extraer Wiespelwey. Con amplio arco, digitación segura y un vibrato generoso y firme, el violonchelista holandés demostró que una cosa es leer la obra desde una postura escolista y la otra la de acercarse a ella de forma abierta, humilde y en algunos aspectos innovadora, para encontrar en ella no lo ya establecido sino lo que el propio intérprete descubre y lo que quiere trasmitir de ella. El deslumbrante virtuosismo que la obra encierra no hizo al solista, sin embargo, caer en la fácil tentación del pintoresquismo y cada frase, cada golpe de arco, cada pincelada, cada staccato, fueron un constante crescendo hacia lo excelente. De técnica depurada y sonido cristalino, Pieter Wespelwey combinó el lirismo más subyugante con el arte de mantener la música auténtica a cualquier precio. Aunque la, en un principio, monotonía de sus cadencias, de su arquitectura y de su polifonía, pudiera parecer reiterativa y faltas de gracia, nada más engañoso para una música que cada vez está más viva. Una música en la que el uso de dobles cuerdas es raro pero sin embargo el autor del Magnificat supo dar la impresión de contrapunto, en un instrumento de arco que carece de bajo cifrado. «Desde muy joven comencé a estudiar estas Suites y aunque trascurran muchos años no dejaré nunca de trabajar con ellas. Porque sucede algo extraordinario, cuando crees que las dominas que ya has tocado techo es cuando te das cuenta de que es cuando más lejos están de ti», señaló el genial violonchelista holandés. La densidad del concierto, más de tres horas, no resultó tediosa ni aburrida en ningún momento sino más bien un deleite para quien sabe saborear la música en su estado más puro servida por un oficiante de excepción como lo fue genial Pieter Wiespelwey. ¡Una revelación!.

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