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Toreaba Ponce, y los del siete no perdieron ocasión de acosar a una primera figura del escalafón

Publicado por
Barquerito - MADRID.
León

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Pareció que el segundo, ofensivo, colorado, corto, amplio y de buen remate, iba a ser toro de los que rompen. Tomó el capote por abajo y fue pronto al caballo, que fueron detalles prometedores. A todos engañaron las trazas y apariencias. Hasta Ponce mordió el anzuelo. Cuando iba a brindar, se le vino a son el toro y lo vació con cuatro muletazos improvisados. Una delicia. Dos trincheras y dos de la firma, cosidos en trenza y a la fuerza. Todavía llevaba Ponce la montera en la mano. Runrún, pues, de faena grande. En las pruebas, hubo un despacioso cambio de manos por delante. Cuando Ponce se abrió en los medios, sobrevino un inesperado cambio de teatro: el toro empezó a salirse distraído, a perderse y desentenderse. No a huir sino a descelarse. De manera que del flujo inicial no quedó de pronto nada. Salvo el fluido y buen manejo de Ponce. Una buena estocada. Y un público -un sector, se entiende- reventón, enseñando las uñas. Pocos pero molestando a conciencia al torero. Pinturas de guerra. Nada nuevo. Gordinflón pero serio, el cuarto se frenó, se vino a desgana, se repuchó en el caballo y, encogido, fue toro deslucido por lo corto de sus viajes. Muy berreón. Encogido, cobardote. Los enemigos de Ponce pusieron a tocar a la orquesta entera. Como si el toro no fuera tal. Pero lo era. Cerebral y paciente, en un alarde de dominio técnico, Ponce trató de provocarlo, lo buscó, lo aguantó, lo puso, lo trajo. Ni una duda, que fue lo mejor de todo. El exceso de metraje, su único enojo. Y una estocada clara. No contó nada. Sólo al tercer capotazo tomado por abajo en deslumbrante galopada, el tercero, ensillado, muy rematado, se rompió en dos. Como reventado. Fue devuelto. Toro al limbo. Una pena: sus tres únicos, primeros y últimos galopes, tras salida ligeramente emplazada, fueron de los que se quedan grabados. No había galopado así ningún toro en toda la feria. El sobrero, un cinqueño grandón del segundo hierro de los hermanos Lozano, manseó en el caballo, escarbó, se arrancó en banderillas con buen tranco y fue en la muleta más que manejable. No descolgó pero tuvo fijeza y repitió. Ferrera estuvo fácil con él, pero sin mayor ambición. Hubo demasiado gente midiendo al toro y negándolo. Y a Ferrera le pesó ese cargante ambiente. El quinto, corto de manos, largo, arremangado, con mucha culata, vino por abajo a los capotes con estilo, se acalambró tras un puyazo, perdió una vez las manos y arrastró cuartos traseros. Hubo profusión de pañuelos verdes, ¡y hasta una pancarta!, el palco aguantó al toro en una apuesta y los verdes, exaltadísimos, ya no quisieron ver nada. Una bronca corrida e interminable, coro de protestas incesante. No se cayó el toro, pero tampoco quiso sino lo justo. Ferrera, desatendido en banderillas, incómodo, se inspiró poco. Irremontable ambiente. Castaño chorreado, girón, astifino, bien armado, el toro de la confirmación de alternativa de Javier Valverde tuvo bastante más bondad que codicia, más nobleza que fuerza. Claudicante antes y después de quedarse en el peto en dos viajes; distraído a veces en la salida de suertes. Aunque algo apagado, fue toro a más. Con sus embestidas entre pastueños y al ralentí. Para torero curtido. Valverde, activo con el capote en la lidia, anduvo sereno y firme. Notable estocada. El sexto, espectacularmente levantado al asomar, sillote y colorado, tomó bien las telas y Valverde lanceo a la verónica con rudo primor. Aunque abusaron de capotearlo por la cara, el toro, de exquisita nobleza y rara calidad, quiso en la muleta todo. Desigual y a menos una faena de Valverde limpia pero sin remate. Por debajo de las circunstancias, pero muy jaleada. Eran aplausos contra Ponce. La oportunidad fue, por toro y por todo, única.

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