FERIA DE SAN ISIDRO
Álvaro Montes evitó el tedio
Una belleza la corrida portuguesa de Passanha. Puro encaste Murube. Lo delataban las hechuras. Las del sexto, por ejemplo, de planta soberbia. Pero fue corrida mansona y cobardona en general. No remontaron los toros. Fríos y sueltos en las salidas, sin más gas que el imprescindible en banderillas, parados al final y esperando. Excepción a la regla fue un tercero de nota que sacó la cara por todos. Espectáculo aparte, el precioso sexto, que descerrajó una puerta al saltar al callejón, hizo temblar las hojas del portón de madera del vomitorio de la puerta de Madrid, hirió a un carpintero y pudo haber sembrado el pánico. Con esos dos toros tan de otra manera se dejó ver y se hizo querer un muy espectacular Álvaro Montes, que debutaba en Madrid. Moura y Hermoso hicieron cosas de calado, de secreto mérito. Pero sin rematar. El primero barbeó de salida, quiso entonces tablas y arreó tras ser herido la primera vez. Alcanzó en un derrote a Hormiga, la torda cruzada que Moura sacó para castigo. Eso fue señal de la corrida de Passanha. Moura aguantó bien y hubo de arriesgar. Cambiado con sólo un rejón de castigo, fue toro de los que se defienden. Áspero y con genio, pegó cornadas y derrotes. Pronto pero difícil de torear a caballo. Moura demostró su categoría en banderillas con un elástico, valiente tordo, Benfica. Ni una pasada en falso, rigor técnico en los galopes de costado, en las llegadas de frente. Cuatro banderillas, cortas, rosa, pinchazo y estocada. Fría la gente. Porque acababa de arrancar la cosa y porque ni el toro ni la faena, lograda, fueron de público. Cobardón, el cuarto fue un toro distraído y sin voluntad y acabó parado. Moura lo sacó de querencia, lo fijó y enganchó con una yegua de salida, Conchita, sencillamente espléndida. Por el no querer del toro, faena breve y sin realce. Cinco pinchazos, media sin soltarse, ajena la gente. El segundo no fue sencillo. Pablo Hermoso atacó con Roncal de poder a poder en el primer rejón de castigo, el toro se salió suelto, esperó y, berreón y cabeceante, amenazó con defenderse. Pablo lo templó a la perfección en banderillas. Con Labrit, primero, y con Nativo, después. Un caracoleo por la cara para abrochar tercio fue una de las joyas del festejo. Toro bien toreado pero mal matado. Y algo distante el público. Como si esperara más. El quinto buscó las puertas para irse, se vino a oleadas y arreones con genio, se paró cuando iba dominado. Muy complicado. No fue problema para Pablo. Con Mistral de salida, y arriesgando en banderillas con Fusilero -dos piruetas sensacionales- y Gayarre, Pablo controló el negocio sin dudar. La estocada, excelente. Álvaro Montes cayó de pie en su debut en Madrid. De un lado, la fortuna de sortear el mejor toro de la corrida. De otro, su entrega, su ambición y su acierto. Ningún complejo. No le pesó el cartel. Un arrebatado y ceñido galope de salida y a punta de garrocha inclinó el ambiente de su lado. Montes resolvió. Se prodigó en aires clásicos: piruetas, pasages, arrodilladas. Y con las farpas y las cortas al violín, y al descolgarse en desplantes, esparció la sensación de arriesgar más que nadie. Falló la espada: dos pinchazos, y el primero asomó, y estocada que descordó. Al toro que saltó al callejón, con el que pasó en principio apuros pero sin perder los nervios, le dio pechos con un caballo llamado Nocturno y, cuando todo estaba por verse, sacó el violín mágico para prender en un puño y un momentos tres cortas ajustadas y al estribo que reventaron las Ventas. Memorable el logro. Y la seguridad para controlar tanto toro. Una estocada de bandera.