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OPINIÓN Telmo Díez Villarroel

Un libro, un amigo

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León

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Me lo decían cuando yo era un niño: un libro es un amigo. No me resultaba fácil comprender que la amistad pudiera salirse del pequeño círculo de chavales que siempre estábamos unidos, a veces hasta con juramento, para el bien y para el mal, más veces para lo segundo que para lo primero. Mi experencia de amistad había nacido y se nutría de la cercanía personal y del compartir pupitre, libros, cromos, merienda y fechorías. Después aprendí que amicus, alter ego (el amigo, otro yo). Con la madurez, nacida de la lucha por la vida, del estudio, del paso de los días con su carga de esperanzas y desengaños, uno va aprendiendo que sí, que es verdad aquello de que un libro es un amigo, un estupendo y fidelísimo amigo. Un libro es un amigo porque no te da dinero pero te proporciona la riqueza de la verdad y la alegría de poseerla, porque cuando estás solo te ofrece compañía; si estas triste, te devuelve el optimismo; si nervioso, te ayuda a relajarte. Un libro es un amigo porque te habla siempre al oído sin levantar la voz, porque no le duelen prendas cuando tiene que desenmascarar tu hipocresía y tus incongruencias vitales, porque te susurra palabras de aplauso sin despertar tu vanidad, porque no pone precio a su amistad y se conforma con que no lo rehuyas o lo desdeñes. Un libro es un amigo porque no te impone sus criterios, pero te invita y ayuda a contrastar los tuyos; no te come el coco, pero te enseña a madurar tu personalidad, te descubre dónde te aprieta el zapato sin producirte otra llaga, te enseña a caminar con pies de plomo sin ponerte grilletes, te marca, como una brújula, el norte de tu vida... A veces cae en tus manos un libro que irrumpe en tu vida con aires de mando. Eso, ni es un libro ni es un amigo. Es un usurpador, un lobo vestido con piel de oveja.