Diario de León

| Reportaje | Un clásico del cómic |

Tintín en el país de los sueños

La exposición de Tintín estará abierta hasta enero

La exposición de Tintín estará abierta hasta enero

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Susana Fortes - león
León

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Parecía distinta, más joven, cuando se levantó y fue hasta los libros del anaquel. Al regresar a la mesa traía dos álbumes de Tintín en las manos: El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo. Entonces se echó a reír y pronunció aquello de «¡Mil millones de rayos!». Lo dijo ahuecando la voz, como lo haría un pirata tuerto y cojo con un loro en el hombro. Cuando se sentó de nuevo junto a Coy, seguía sonriendo, con aquel gesto que la rejuvenecía hasta devolverle exactamente la misma expresión que debía de tener a los doce años, pero no apartó ni un instante sus ojos de los álbumes. En una de las portadas se veía a Tintín, Milú y el capitán Haddock con un sombrero emplumado y un galeón navegando con las velas al viento. En la otra, aparecía el submarino con forma de tiburón del profesor Tornasol, sobre un fondo verde. La claridad que entraba por la cristalera creaba alrededor un aura tan inaccesible como la de una isla perdida. Después abrió El tesoro de Rackham el Rojo y comenzó a pasar sus páginas muy despacio. Mas o menos así es como transcurre la escena de La carta esférica, en la que el escritor Arturo Pérez-Reverte rinde homenaje a aquellos tiempos en los que la aventura y la vida tenían aún el olor a la tinta fresca y recién impresa de los cómics infantiles. Muchas veces la nostalgia es el rumbo con el que vemos pasar los barcos en la noche. En mi caso, la fidelidad a Corto Maltés no me permitía coquetear con otros personajes de cómic como Tintín, que era el preferido de mis hermanos. Sin embargo, pasado el fervor monógamo, he de reconocer también la osadía de este reportero intrépido de pantalones bombachos, jersey azul y tupé pelirrojo que conversaba con su perro y que se dejaba acompañar por un capitán borracho, un científico despistado y dos sabuesos especialistas en meter la pata, llamados Hernández y Fernández. Regreso al pasado La semana pasada, el Museo Marítimo de Barcelona inauguró una exposición sobre el mundo de Tintín, que permanecerá abierta hasta enero del 2004. Toda una generación que se aprendió de memoria las maldiciones del capitán Haddock, puede ahora atravesar el túnel del tiempo y volver a aquellos años en los que ahorraba moneda a moneda a base de cumpleaños y pagas semanales para comprar las últimas aventuras de su héroe en el kiosco. El recorrido a través de la expo-sición que recrea el universo del dibujante belga, Hergé, se inicia por un pasillo oscuro que hay que atravesar con una linterna. Al proyectar el círculo de luz en las paredes, se activan unas células fotoeléctricas que iluminan los dibujos de las historietas en sintonía con la banda sonora. Mientras se pasa por este túnel cualquiera puede cruzar de nuevo la frontera entre Syldavia y Borduria, navegar a bordo del Karaboudjan y del Sirius, saltar en paracaídas sobre la Isla Misteriosa, llegar a la luna en un hermosísimo cohete de cuadros rojos y blancos, y viajar por el fondo del mar vestido de buzo hacia el Unicornio hundido de todas las aventuras. Lo mejor de rendir homenajes a la nostalgia no es sólo recibir el don de rescatar la sonrisa franca y feliz de cuando éramos niños dibujada en una viñeta de la memoria, sino el ser capaces de reconocernos en ella todavía

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